miércoles, 16 de junio de 2010

EL LIBERTINO Y EL CRÍTICO

Casanova vs. Voltaire: 1 a 1

En el capítulo X, volumen 6 de la Historia de mi vida, Giacomo Casanova refiere su visita en Les Délices al señor de Voltaire. Pocos críticos discuten que esta visita se produjera realmente, aunque algunos afirmen que el veneciano adornó su relato para atribuirse un papel más relevante del que tuvo.

Hacia 1760, en la mesa bien abastecida de Voltaire, se hablaba de Newton y de Fontenelle, de lo humano y de lo divino... Y según el testimonio del libertino, ellos dos hablaron sobre todo de literatura. Casanova dice al sabio que lee cuanto puede, pero que por el momento, más que escribir se complace en estudiar al hombre viajando.

Voltaire contesta que sin duda viajar es la forma de conocer al hombre, pero que el libro es demasiado grande, que por eso prefiere leer la historia. El italiano replica que la historia miente y aburre, mientras viajar divierte.

Hablan del soneto, del Ariosto, con el que Voltaire lamenta ahora haber sido demasiado duro y al que Casanova puede recitar de carrerilla…, ya en confianza, una de esas tardes, Casanova acompaña a Voltaire a su dormitorio, donde se cambió la peluca y el gorro que llevaba encima para protegerse del catarro. Entonces, ve sobre una gran mesa la Summa de santo Tomás y obras de poetas italianos… El filósofo le abre las puertas de su armario, en el que se acumulan cerca de cinco mil cartas a las que dice haber respondido.

Casanova insiste en que a pesar de su espíritu satírico y a menudo cáustico, aunque siempre en tono divertido, no le faltaba nunca un coro que reía las gracias al gran poeta y al brillante genio… “Tenía entonces sesenta y seis años y ciento veinte mil libras de renta”.


Entre visita y visita a su admirado escritor, Casanova encuentra tiempo para gozar en Ginebra con tres señoritas de una familia noble venida a menos, para las que hace fundir tres bolas de oro a modo de original preservativo. En una ocasión, viaja a Les Délices a mediodía, Voltaire no está visible, pero Mme. Denis lo compensa con su compañía… “mujer culta, de mucho gusto y de lecturas, aunque sin pretensiones, y (...) gran enemiga del rey de Prusia”.

Marie Louise Mignot (1712-1790) era hija de Marie-Catherine Arouet, hermana mayor de Voltaire y de Pierre-François Mignot, “correcteur" del Tribunal de Cuentas de Francia. Se casó en 1738 con un joven oficial del que enviudó con 32 años, en 1744.

Poco después comenzó la relación con su famoso tío, que se consoló con ella del dolor cruel que le causó la muerte de su amiga Madame du Châtelet. La relación tuvo altibajos. Cuando Voltaire aceptó la invitación de Federico el Grande y se trasladó a su corte, Madame Denis no quiso acompañarle. Sin embargo, la pareja permaneció junta en Suiza hasta la muerte de Voltaire en 1778. Ella fue su principal heredera, vendió sus posesiones en Ginebra y regresó a los salones de París.

Las conversaciones de Voltaire y Casanova, sobre todo de teatro y métrica poética, se vuelven espesas, Casanova descansa de ellas entregándose a lindas orgías con las tres muchachas que le había presentado un síndico alcahuete, y descansa de los placeres de la carne volviendo a los del intelecto…

“Tras un profundo sueño de diez horas me encontré en condiciones de ir a disfrutar de la agradable compañía del señor de Voltaire; pero al gran hombre le dio ese día por mostrarse sarcástico, burlón y cáustico”(1).

A pesar de que los gustos literarios del libertino y el dramaturgo no coinciden, todo hubiera acabado bien –escribe Casanova- si no hubiera sido porque se le ocurrió citar un verso de Horacio para elogiar una de las ideas de Voltaire, y éste afirmó que el gran maestro había dictado preceptos destinados a no envejecer. Entonces Casanova dijo:

-Vos sólo violáis uno, pero como gran hombre.
-¿Cuál es? –preguntó Voltaire.
-No escribís contentus paucis lectoribus ("satisfecho con unos pocos lectores").

A partir de aquí se desarrolla una acre y a la vez interesante discusión: Voltaire justifica el ser un escritor “mundano”, el escribir para todo el mundo, porque él, al contrario que Horacio, ha tenido que escribir contra la superstición. A lo cual, Casanova replica que tal tarea no sólo es inútil, sino estéril, porque, en el caso de que Voltaire consiguiese destruir la superstición, ¿con qué la sustituiría?

Esto cabrea mucho al escritor ilustrado:

-¡Ésta sí que es buena! Cuando libero al género humano de una bestia feroz que lo devora, ¿se puede preguntarme qué pondré en su lugar? (el subrayado enfático es del propio Casanova).

Al italiano la superstición no sólo no le parece una bestia que devore al pueblo, sino algo imprescindible para su existencia, en todo caso, si esa bestia le devora, el pueblo ama a esa bestia.

Voltaire ama al género humano y declara querer verlo feliz “como yo, libre”. “Y la superstición no puede combinarse con la libertad”. A esto, Casanova le pregunta directamente si quisiera ver al pueblo soberano o "la soberanía en el pueblo". “Dios me libre –contesta Voltaire-. Se necesita el gobierno de uno solo".

-Por lo tanto –sigue Casanova- es necesaria la superstición, porque sin ella el pueblo nunca obedecerá al monarca.

Voltaire se niega a hablar de “monarca”: “nada de monarcas, porque ese nombre designa el despotismo para mí odioso como es la esclavitud”.

Casanova se pone filólogo: si Voltaire pretende que gobierne uno solo, entonces ese que gobierna es un monarca… “Pretendo –dice Voltaire- que mande sobre un pueblo libre, y entonces será su jefe, y no se le podrá llamar monarca porque nunca podrá comportarse de modo arbitrario".

Contra esto, Casanova cita a Addison: ese monarca no puede existir. Hay que darle la razón a Hobbes: entre dos males, hay que elegir el menor. Y añade la sorprendente afirmación:  “Un pueblo sin superstición sería filósofo, y los filósofos nunca quieren obedecer", para acabar concluyendo que Voltaire es un filántropo, un humanista, pero que es precisamente ese amor a la humanidad lo que le ciega. La humanidad, tal cual es, no es acreedora de los beneficios que Voltaire quiere prodigarle y, por ende, otorgándoselos, la haría más desdichada y más malvada. Y por fin, cita a su favor el episodio de Don Quijote, en el que éste, a pesar suyo, debe defenderse de los galeotes a los que, por magnanimidad, acaba de devolver la libertad.


¡Vivan las "caenas"! -gritó el pueblo cuando repuso a Fernando VII, el nefasto.

Luego, los dos ilustres ilustrados hablan de un gran naturalista y poeta suizo al que ambos admiran: el célebre Albrecht von Haller (1708-1777), quien por cierto consideraba a J. J. Rousseau un “malvado” sin principios. Casanova –según la Historia de mi vida, ¡ese curioso fresco del XVIII adobado y sazonado con un picante erotismo que hoy, en el siglo de la grosera pornografía, brilla por su ausencia!- venía de pasar tres días con él y le cuenta a Voltaire que la opinión del suizo sobre su obra no es tan elevada: cuando Casanova le hubo dicho a Haller que para él sería una fiesta conocer al célebre Voltaire, el sabio le había contestado que hacía bien queriendo conocerle, pero que a ciertas personas Voltaire les había parecido, a pesar de la ley física, “más grande de lejos que de cerca”.

Voltaire dice que hay que ponerse de rodillas ante ese gran hombre, y Casanova dice que lamenta que él no sea igual de justo con Voltaire. A lo que Voltaire, dando una prueba excelente de su socrática ironía, contesta: “es muy posible que los dos nos equivoquemos” –respuesta que todos los presentes aplaudieron.

Casanova deja a Voltaire, satisfecho de haber obligado a aquel atleta (del espíritu) a avenirse a razones ese día… Pero confiesa que "dentro de mí me quedó un malhumor que durante diez años seguidos me obligó a criticar todo lo que leía, viejo o nuevo, que había dado y daba este gran hombre público. Hoy [se refiere al momento, ya viejo, en que escribe sus memorias] me arrepiento, a pesar de que cuando leo lo que he publicado contra él pienso que tenía razón en mis censuras. Pero habría sido mejor callarme, respetarlo y dudar de mis juicios… pero un hombre furioso siempre cree tener razón”.

Un libertino no tiene por qué ser inmoralista, puede ser incluso un excelente moralista, ni siquiera un inmoralista tiene por qué ser libertino; un moralista, no sé..., ¡ahí está el caso de nuestro querido Moratín! sin tener que desplazarse a Suiza, cuya selección de fútbol hoy nos ha ganado el primer partido del mundial con una suerte que, si fuese supersticioso, atribuiría al hecho de que sean precisamente guardias suizos los que velen por la seguridad del Santo Padre...

¡Dos buenas piezas! El libertino y el crítico, ambos filósofos, o sea, los dos indomables.

notas

(1) Cito la impecable traducción de Mauro Armiño, editorial Atalanta, tomo I, pg 1610, Girona 2009.
La primera imagen es un dibujo de Voltaire y de Madame Denis, hecho por Nicolas Cochin. La segunda un conocido grabado del episodio de don Quijote y los galeotes que cita Casanova...
El icono del ilustrado mirando por el hombro de una muñeca sexy lo he sacado de un breve y jugoso artículo sobre las contradicciones de los ilustrados (en este caso las de Moratín, gran moralista y sabio en el arte de las putas), del blog de Julio, una interesante promesa literaria canaria, seguramente.