sábado, 1 de enero de 2011

Iconos feministas


La corresponsal en Nueva York Mercedes Gallego considera el famoso icono de la foto un símbolo frustrado: "sueños de independencia que explotan como pompas de jabón. En los tiempos que corren, ni los símbolos son inmunes a la crisis" ("Símbolos frustrados", IDEAL 31-XII-10).
El motivo de su artículo es la muerte de Geraldine Doyle, la remachadora en quien se inspiró el fotógrafo Howard Miller para crear un icono con el que incentivó a millones de mujeres a que trabajaran produciendo tanques, armas, bombarderos y municiones contra el tercer Reich.
Geraldine no echó en la fábrica ni dos semanas de laburo. En 1942 tenía 17 años y acababa de terminar el instituto. Mientras Miller la recreaba sacando músculo, ella sólo pensaba en evitar que una fractura le impidiera tocar el chelo. Pero no continuó sus estudios, se enamoró de un aprendiz de dentista y le ayudó a montar su clínica mientras criaba seis hijos. A su muerte, deja 18 nietos y 25 bisnietos.
Hay mujeres que piensan que el amor maternal es una creación cultural y que eso de dejar 25 bisnietos no muestra éxito personal alguno. Más verosímil es que la "revolución feminista" haya dado gato por liebre cuando la mujer da carreras entre el desayuno de los niños y la oficina, la colada y el portafolios, dividida entre lo profesional y lo maternal, todo por menos sueldo que los hombres, o por cero sueldo, y sin tocar las tetas del poder salvo que se esté dispuesta a sacrificar del todo la feminidad.
El icono acabó representando a la mujer que conquistaba el control de su destino, y fue retomado en los años ochenta por el feminismo que podríamos llamar contemporáneo.
No creo que se trate de un símbolo frustrado. Primero, porque los símbolos no sacan su fuerza sólo de su significante, sino del vínculo sentimental que consiguen alimentar entre quienes los usan intencional y socialmente. No de otro modo se entiende que la cruz -instrumento romano de tortura- acabara significando tanto (el amor divino) para tantos. Y segundo, porque no es cierto que la revolución feminista haya fracasado. Pasa lo mismo con el comunismo o con el cristianismo, si bien han de ser aparcados como sistemas totalitarios o ideas únicas en la sociedad plural y global, no han pasado sin dejar una impronta de la que se siguen nutriendo nuestras éticas y nuestras sociedades del bienestar.
Mis hijas, sin ir más lejos, pueden elegir, algo que no pudieron hacer tan fácilmente ni sus madres ni mucho menos sus abuelas. Puede que la "revolución feminista" tenga que ser completada y hasta corregida, pero nuestra sensibilidad -también masculina- se alimentará ya en el futuro de sus denuncias y descubrimientos.