martes, 1 de marzo de 2011

¡Tú también!

Nuestros políticos adoran la falacia del 'tu quoque'. Si los populares envisten contra los socialistas acusándoles de malversar fondos públicos en las fraudulentas EREs de la Junta de Andalucía, los socialistas les responden con el 'tu quoque' de los trajes soborno y los tráficos de influencias de la Comunidad valenciana.
'Tu quoque' significa "tú también" y nombra aquellos pretendidos argumentos en que no se entra a analizar la verdad de un argumento o una acusación, sino que se arremete con otro argumento o acusación similar contra quien profiere aquél o aquélla. Ofensa por ofensa. Puede considerarse un caso particular de la falacia 'ad hominem' o 'ad personam'.
La facilidad con que se emplean este tipo de falacias para descalificar al oponente muestra hasta qué punto la lucha política en España es una lucha entre partidos; y la democracia española, una partitocracia, porque estos argumentos no valen ante un auditorio universal. La corrupción de tirios no nos puede hacer pensar que sea mejores las tropelías de los troyanos, cuando los tirios las denuncian.
Shopenhauer denominó artificio (Kunstgriff) al uso del argumento ad hominem consistente en poner al interlocutor en contradicción con sus propias afirmaciones:
- Con que me dices que robo..., ¡pues tú también!
También podría relacionarse el pseudoargumento del tu quoque con el argumento que Perelman llama 'ad personam', cuando para rebajar la fuerza del argumento de un oponente dialéctico se descalifica sin más a quien lo sostiene.
Parece que la expresión 'tu quoque' viene nada menos que de la célebre frase que se atribuye a Julio César: Tu quoque, fili mi!, "¡tu también, hijo mío!", cuando vio a su hijo adoptivo Bruto (James Manson en la foto que ilustra esta entrada) entre los conjurados que habrían de asesinarle.
Los niños aprenden muy pronto a usar esta argucia en su forma "¡y tú más!". "Dices tonterías -Y tú más".
Sin embargo, se puede considerar un argumento legítimo cuando quien nos acusa, critica o aconseja, lo hace recurriendo a su "autoridad moral". Es evidente que el Estado no es quién para recomendarnos que abandonemos el uso del tabaco mientras él mismo monopoliza su comercio y se beneficia con su venta.
Quien argumenta desacredita la coherencia de cuanto afirma si se muestra inconsecuente con lo que dice.
Hay muchos refranes, dichos populares y parábolas morales que se basan en este principio: "predicar no es dar trigo", "vemos la paja en el ojo ajeno, pero no vemos la viga en el propio".
Quienes se escandalizan porque el tirano Gadafi use las armas contra su pueblo sabían muy bien a qué tipo de lunático se las vendían hasta hace unos días...
La palabra es un signo, una señal, pero también un arma poderosa.