sábado, 16 de enero de 2016

PARUSÍA


El cristiano espera la parusía (παρουσíα, presencia, retorno), o sea la segunda venida de Cristo al final de la historia:

“Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mateo, 16, 27). “Como el relámpago…, así será también la venida del Hijo del hombre” (Ib. 24, 27).

En la segunda parte de La caverna de Platón y los cuarenta ladrones, Jesús Zamora Bonilla, actual decano de la facultad de filosofía de la UNED, ironiza sobre la parusía: ¿Qué pasaría si Cristo se presentara de nuevo entre nosotros? ¿Cómo sería su parusía? ¿Llegaría sin documentación, o la falsificaría? Esto último parece absurdo si es el verdadero Mesías. Tal vez, presentándose como un inmigrante sin papeles, pronto tendría problemas con la administración y los cuerpos de seguridad del Estado...


En cualquier caso, no puedo sino confirmar que las disputas teológicas que provocaría su retorno serían apasionantes. ¿Y si decidiera encarnarse en una chica? ¿Admitiría el Vaticano como Mesías a “María Jesús”? ¿O le costearía un cambio de sexo? 

¿Obraría milagros el recobrado Mesías? ¡Pobre, lo tendría crudo si multiplicase panes y peces o, tras exitosos exorcismos, echase los demonios a los cerdos! ¡Sólo faltaría que tras el problema de las “vacas locas” y los “pollos griposos” tuviésemos una epidemia de “marranos poseídos”!

Fuera de bromas, a Zamora Bonilla le parece obvio que Jesús tendría que comenzar su predicación usando Internet, “Tercer entorno” o “Tercera Morada”. Podría manifestarse por ejemplo a través de un mensaje spam en los buzones del correo electrónico, un mensaje que tuviese capacidad para replicarse de modo exponencial iluminando como un "antivirus de salvación" millones de ordenadores, un programa ejecutivo que dirigiese a sus receptores hacia un Portal en el que se anunciara la Buena Nueva. 

Los primeros en sospechar el origen sobrenatural de algo así serían los hackers y expertos en seguridad informática, por la potencia del “virus” y por sus efectos curativos (soteriológicos), pues proporcionaría una cura automática para los problemas telemáticos de los usuarios, incluso un aumento de la potencia de circulación de información en sus redes domésticas. Se ejecutaría como un antivirus universal, un spam capaz de acabar con la lepra informática y otras enfermedades (in)comunicativas.

Sin duda se generaría un tremendo revuelo en la Internet, y en todas las redes sociales se discutiría el significado del evento. Los internautas se preguntarían sobre el origen de aquellos “mensajes salutíferos”. Estos tendrían que evitar ser confundidos con supercherías homeopáticas, remedios milagrosos, pamplinas apocalípticas, ofertas de alucinógenos y afrodisíacos, o falsas escatologías, y también tendrían que evitar ser tomados por mensajes comerciales. Evitarían por ello cualquier alusión al Apocalipsis, la parusía, la salvación de las almas o la renovación sin cirugía de los cuerpos.

La primera comunidad de seguidores del retornado Mesías surgiría posiblemente de entre los expertos informáticos. Ellos serían los nuevos pastores y los nuevos reyes magos: “Hemos visto su estrella en la línea 1260 del programa Goodness, y venimos a darle adoración” –algo así dirían.
Pero el mensaje tendría que ir dirigido principalmente a la jerarquía católica (¿por qué no a la jerarquía ortodoxa o a los principales pastores de otras iglesias cristianas?, de hecho, la confirmación de Su venida daría un fuerte empuje a comunidades cristianas como los Testigos de Jehová que, por una vez, acertarían en sus predicciones). 

Me imagino el mensaje definitivo como algo positivo que proporciona esperanza y genera un gran consuelo a millones de criaturas dolientes: 

“No temáis, ya estoy aquí, habéis conseguido en estos dos mil años reducir un poco, proporcionalmente, la violencia y la injusticia del mundo, pero ya no tendréis que soportarla más”.

¿Cómo anunciaría el Vaticano la certeza de que Cristo está de nuevo con nosotros? ¿No habría muchos jerarcas que prefiriesen una visita protocolaria de Jesús antes que Su estancia duradera en la Tierra? ¿Le cedería el Papa sello y despacho al Jefe antes de que Jesús apareciese en el balcón de la plaza de San Pedro y las teles de todo el mundo conectaran para transmitir la Noticia Final?


La especulación de Zamora Bonilla me ha recordado el menos jovial argumento de la excelente novela de Gore Vidal, Messiah (1945), sátira sombría y despiadada de un mundo –el nuestro- dominado por el tecnicismo, el afán de lucro y la prisa. John Cave, el mesías de Gore Vidal, se hace famoso desde las pantallas de la tele, ese “altar doméstico”, para destruyendo el cristianismo convertir a la población a su nuevo y último culto: el culto a la muerte. Los apóstoles de Cave (entre los cuales cobra especial relevancia Iris, que recoge los atributos de la diosa Madre, de Isis y de la Virgen María) son sobre todo publicistas, y le asesinan cínicamente al constatar que John Cave acaba siendo un inconveniente para el desarrollo de la nueva religión: el cavismo.

Desde luego, sería muy difícil distinguir un mesías verdadero de un falso mesías. Si el verdadero volviese con nosotros, ¿El Principe de las Tinieblas se quedaría con los brazos cruzados? Sin duda el diablo ofrecería gran resistencia y sembraría de confusión las redes sociales de los hombres (ya lo hace sin que lo notemos), ¿no piratearía –se pregunta Zamora Bonilla- los mensajes de Jesús imitando su código y programa o introduciendo en él gusanos y troyanos?

El pobre evangelista Juan nunca pudo imaginar que a la postre la lucha final entre el Dragón, la Bestia y la Ramera de Babilonia, por el lado siniestro; y el Cordero y los Ángeles del Señor, por el lado bueno, se dirimiría en un combate a muerte, paradójicamente tan encarnizado como virtual, ¡entre dos programadores informáticos! 


El apocalipsis tomaría así la forma de una catástrofe digital:

“Se desplomarían las Bolsas, se cancelarían los Mundiales de fútbol, se estrellarían los aviones, se interrumpirían las transmisiones desde la casa de Gran Hermano, dejaría de cobrar los recibos el Corte Inglés, devolvería Hacienda cuantías exageradas a los sujetos pasivos del impuesto sobre la renta, se borrarían de los discos duros todas las novelas que estaban siendo escritas (menos las de aquellos románticos autores que aún preferían escribir directamente en el papel), aparecerían imágenes pornográficas al entrar en todas las páginas web (las más procaces, en las páginas el Vaticano y de la República Islámica de Irán), y nuestros mensajes de correo electrónico serían enviados al azar a los destinatarios que menos desearíamos. Pero, como era inevitable que sucediera, esa batalla sería ganada por las fuerzas de la Nueva Jerusalén”.

O no, porque el Maligno no descansa ni en domingo.