"Se dice 'hazmerreír' y no se dice 'hazmellorar'",
aerolito de Carlos Edmundo de Ory
Tan feo como el nombre "Squonk" es lo significado por el nombre: singular criatura de los bosques americanos de Pensilvania, espécimen escurridizo que apenas se deja ver por su aspecto repulsivo, francamente asqueroso. Lleva Lacrimacorpus dissolvens por nombre científico que significa cuerpo de lágrimas que se disuelve.
A Squonk le ha caído en la lotería genética y en su obscuro azar de genes una piel nauseabunda, y lo peor, el pobre se da cuenta de su fealdad. Es consciente -si no siempre porque afortunadamente duerme bastante- la mayoría de las veces, como muchas personas, de lo que su visión puede molestar a los demás. Animal con alma, pero de piel verrugosa, no atiende a razones misericordiosas para sí mismo, por ejemplo no comprende que su cuerpo no es su Yo. Llora continuamente y como dijo el Postista que inventaba locuras, Squonk "mueve a compasión" porque se avergüenza de su apariencia, razón por la que se oculta y llora a moco tendido.
Si los cazadores o buscadores de monstruos, que capturan para explotarlos en circos y espectáculos de feria, arrinconan a un individuo squonk, entonces el quejumbroso bicho se deshace completamente en un charco de lágrimas y burbujas, haciendo antonomásico el dicho medieval 'in hac lachrimarum valle', como si "Tierra" fuese sinónimo de llanto y sólo nos quedara esperar que Cielo fuese sinónimo de risa.
En efecto, un tal J. P. Wentling consiguió persuadir con falsas palabras compasivas a un inocente squonk de que se metiera en un saco, cuando este confiado lo hizo, Jotapé ató la boca del saco rigurosamente. Mientras lo transportaba en dirección a la ciudad, el saco fue perdiendo peso y goteando, hasta que sólo quedaron los restos líquidos y aceitosos del triste animal.
Si llamamos "hazmerreír" coloquialmente a una persona que por su figura ridícula y porte extravagante sirve de diversión a los demás, podríamos llamar "hazmellorar" a un pesonaje como este, nativo de los bosques más tupidos y enigmáticos de Pensilvania, cuya desgracia nos sirve también para facilitarnos el llanto, acción o pasión -no sé- que desahoga mucho.