domingo, 14 de mayo de 2023

EL ACORDEÓN

 


"¡Oh modestos acordeones! ¡Simpáticos acordeones! Vosotros no contáis grandes mentiras poéticas como la fastuosa guitarra; vosotros no inventáis leyendas pastoriles como la zampoña o la gaita; vosotros no llenáis de humo la cabeza de los hombres como las estridentes cornetas o los bélicos tambores". Pío Baroja.

 

JANA, KONÍN Y FABIO (Cuento del abuelito)

Jana era una anciana pianista viuda. Todos los días se sentaba en su taburete y tocaba las piezas más hermosas que conocía, luego abrazaba un viejo acordeón que hacía sonar con arte en bodas y ferias su marido difunto, para interpretar con él apasionados tangos conque recordaba el afecto que los esposos se habían tenido, partituras sentimentales de una tristeza solemne. 

El acordeón se llamaba konín. Su nombre estaba escrito con letras doradas por encima de su teclado. No era muy grande, pero pesaba lo suyo, y Jana, que era ya una mujer mayor, no podía abrazarlo sosteniéndolo en el aire durante mucho tiempo.




Konín revivía contento cuando aquellos ágiles dedos acariciaban sus teclas y presionaban sus botones y cuando los brazos de la señora impulsaban su fuelle, que rozaba la blandura cálida de sus senos, al hacer cantar el viento en sus cajas armónicas de madera. ¡La música era el gran amor de su vida!

Un día no se oyó nada en el apartamento de Jana, ni la pianista acudió a su cita con konín, aquel viejo acordeón que había sido el instrumento preferido por su marido. Al día siguiente tampoco, como si un calderón ahondara un silencio hondo. Al tercer día, la vivienda se llenó de rostros tristes y ropas negras. Konín comprendió que su vieja amiga no tornaría a despertarlo, que Jana ya no volvería a agitar el aire en las entretelas de sus pulmones ni por los canales de sus entrañas generando emocionantes melodías.

Aquella larga noche Konín se mantuvo en vela y repitió para sí, en sordina, las piezas más melancólicas que conocía. Luego permaneció mudo, hasta que unos mozos de mudanzas lo metieron en su caja negra y lo depositaron en una tienda de instrumentos de segunda mano. Se sentía inútil y echaba de menos los abrazos de su señora hasta que cayó en los infiernos de una inconsciencia sin sueños. 

El dueño de la tienda le sacó con cuidado de la caja y le expuso junto a otros instrumentos de cuerda y de viento: un saxofón, una guitarra, un contrabajo, una trompeta... Deseaba que algún visitante al pasar rozase con sus dedos su teclado e impulsase su fuelle para ver cómo sonaba. 

¡Un día sucedió! Entró en la tienda una pareja con un niño saludable y fuerte, y este, atraído por el color rojo brillante de la carcasa de Konín, acarició levemente su parrilla de sonido y Konín soltó un dulce gemido, aun sin que lo abrazasen ni expandieran o contrajeran su fuelle, mientras algunas de sus lengüetas temblaban por dentro y sus registros se activaban.

Ayudado por el vendedor, el niño se ciñó las correas y probó a tocar una cancioncilla en su teclado equivocando varias notas, vacilante e inseguro. 

¡Qué vergüenza!". Él, cuyas lengüetas habían entonado al compás tangos, pericones, polkas, valses franceses y hasta piezas de Bach y el Ave María de Schubert..., con perfección virtuosa e indiscutible maestría, ¡flores de Maravilla!, ahora balbuceaba y tartamudeaba una melodía repetitiva, vulgar y ridícula... El regulador de la correa se distendió, varias plaquetas de aluminio de desencolaron, saltaron un par de remaches de sus badanas de piel, el fuelle soltó por su canal de alivio algo parecido a un eructo, luego un pedo, y más tarde unos sobrealientos de asmático... El vendedor no se achicó:

- ¡No se preocupen! Hay que ponerlo a punto. Pero tranquilos, llamo a nuestro luthier y en unos días lo abre, lo limpia, lo ajusta y lo deja nuevo. Estos viejos instrumentos italianos son eternos. Se fabricaron para que durasen. Y, si les gusta, se lo dejaré barato, ¡muy barato! -dijo el vendedor guiñando un ojo a la madre del niño, que se llamaba Fabio y se había encaprichado del acordeón rojo.

Así fue. Los padres volvieron a la tienda, comprobaron su rejuvenecido estado y compraron a konín. Al día siguiente los transportistas vinieron a buscarlo. A su lado y antes de que lo metieran en su caja, un venerable contrabajo, que había notado la ansiedad del acordeón-piano, se mostró sensible a su desconcierto y le susurró gravemente:

- Sabes..., compañero, Jana, tú anciana señora, y su difunto marido también fueron niños y sin duda comenzaron tecleando cancioncillas ligeras, vacilantes, con dudas y errores. Para aprender hace falta esfuerzo, ilusión y tiempo.

Encerrado en su cajón, Konín reflexionó sobre esas palabras de su colega el contrabajo y se arrepintió de haberse sentido tan superior e indiferente al abrazo del chiquillo. Cuando le dejaron en su nuevo hogar hizo lo imposible porque aquellas sencillas melodías que Fabio ensayaba sonaran bien y alegraran o consolasen el alma, como las piezas de los grandes maestros. 


viernes, 5 de mayo de 2023

TRANSDIVERSIDAD

 


El profesor Quintana nos pone sobre aviso al comentar la noticia de la señora angloparlante "tanscapacitada". Parece ser que esta persona "se autodeterminó" ciega (con perdón), quiero decir invidente o, mejor, diversa funcional sinóptica o sinoftálmica. Por aclararlo: la morena de la ilustración prefería que no le funcionaran los ojos ni la vista. 

Tal vez pensase que "¡para lo que hay que ver...!"; o tal vez le fastidiaba ver lo que veía; o tal vez estaba hasta el moño de espejos, pues todos los monitores lo son y el mundo está rebosante de monitores y la figura que nos devuelven no siempre nos satisface.

Algunos normópatas pensarán que la señora está chiflada. Puede. Y que tal vez tendría que haberla tratado un siquiatra para prevenir su automutilación. El normópata es por definición intolerante.

¡Como si su cuerpo no fuera su cuerpo y ni siquiera le permitieran ya mutilarse a uno! Las locuras, como explicó el "torcido" de Foucault, tienen su genealogía y su historia social... Y los pirados y chifladas de unas épocas son conductoras y caudillos de otras. En la modernidad, la mayoría de los profetas de la Antigüedad hubieran acabado en manicomios y recibiendo descargas eléctricas en sus complicados cerebros a causa de sus lúcidas advertencias y jeremiadas.

A fin de cuentos, todos tenemos manías. Los griegos llamaban "manía" a la locura, pero también a diversas formas divinas de entusiasmo..., todos tenemos rarezas, porque llegar a ser persona cuesta un huevo, por lo menos uno, porque no siempre está uno a gusto con lo que ve de sí u observa en otros que también le miran a uno, o malmiran. El Padre Orígenes (Ὠριγένης, h. 185-254), gran erudito y asceta cristiano, se emasculó (vamos, que se los cortó) para que los padres de sus catecúmenos no sospecharan de él la menor debilidad pederástica. Un santo.

A mí que cada cual "se autodetermine" como le salga de las gónadas, o que se las suprima o intoxique, que se castre o se mutile, se ponga o se quite tetas, una arandela en el hocico o un chip en la oreja, según su vocación, me da igual. ¡Uno es tolerante!, eso mientras el trans no haga daño a nadie ni tenga la Hacienda Pública que cargar con el capricho de sus ocurrencias castrantes, es decir mientras no tenga que pagar el contribuyente la intervención quirúrgica y los cuidados y mantenimiento posteriores del autolesionado. ¡Que cada cual "se autodetermine" como quiera o pueda! O sea, que cada quisque se dé un disgusto por gusto o un gusto para su disgusto, me importa un pimiento. Vive y deja vivir, o morir.

Esta mojiganga se vuelve patética cuando se compadece de estas insanas "diversidades" auto-infligidas, que nada tienen que ver con las pamplinas, flores humildes, nada narcisistas. Y digo yo, que más que una "trans-capacitada", tendríamos que referir a la señora de marras como "trans-discapacitada" si consideramos el resultado y, por decirlo así, el ideal u objetivo de su acción: la ceguera, en lugar de la situación inicial: la videncia. 

Auto-determinaciones dis-capacitadoras son estas, obviamente, destructivas, más que constructivas. Como preferir ser inútil y cobrar una paguilla, a ser útil y tener que "pringarse" o trabajar, casos que también se dan, como el que se invalida para no ir a la guerra. Eso último lo entiendo. Si sólo lo finge, que no puede disparar, mejor para él y para el posible disparado.

No faltan trágicos y hasta venerables antecedentes para estos que se castigan a sí mismos buscando la felicidad o el alivio del dolor en la insuficiencia. Edipo se sacó los ojos -ciego voluntario- cuando supo que había matado a su padre -involuntariamente- y había copulado con su madre Yokasta, sin saber que era su madre. Por cierto, que de casta le venía a Antígona su condición trágica y suicida, pues si su padre sólo se sacó los ojos, su madre se ahorcó.

Todos pagaron por "pecar", por haber obrado contra ley, por haber pecado mucho según los patrones del pecar e infringir la ley de aquella época, en la que contaban más los hechos objetivos que las intenciones subjetivas; más los resultados, que los propósitos con que se obraba. 

También se cuenta que Apolo cegaba a los poetas para devolverles "la mirada interior". Nuestra libérrima voluntad sacrifica a veces sus poderes a capricho, o tal vez para ganar así otros. Y esta capacidad de ver y mirar no es "moco de pavo", aunque las hay mayores. Recuerdo que un personaje de la Rayuela de Cortázar decidió ahogar su talento en alcohol, seguramente porque conocer le hacía daño. Y es que hay conciencias muy pesadas. Pero las penas saben nadar. Y aunque uno no las vea fuera, las penas se las apañan para dejarse ver por dentro. Y de nada sirven las gafas obscuras para evitar que otros se den cuenta de que uno carga su tristeza con mochila íntima.

Y todos preferimos remirar almas alegres, antes que ver caras sin espejos, rostros tristes. Ver, decía Teilhard, toda la evolución natural es una pugna por ver más y mejor... A fin de cuentas los ojos están hechos con la misma materia que los cerebros, por eso son el espejo de las almas. Sí, también monitores.

jueves, 4 de mayo de 2023

QUIÉN SACUDE EL TARRO




Según Devesh Lalluwadia, (દેવેશ લલ્લુવાડિયા, en guyaratí, lengua del oeste de la India hablada por casi cincuenta millones de personas), ingeniero de telecomunicaciones, hay algo que todas las gentes deberíamos saber...

Si meto en un tarro un grupo de hormigas rojas y otro grupo de hormigas negras, no pasa nada, pero si lo sacudo un par de veces, comenzarán a luchar, a herirse y a matarse entre sí. 

Las rojas tendrán por enemigas a las negras y las negras a las rojas, sin preguntarse quién ha sacudido el tarro. Dan por hecho que ellas no, luego tienen que haber sido las otras. No lo saben por razonamiento; les engaña el instinto.

El verdadero "enemigo" es, evidentemente, la persona o personas que han sacudido en tarro. Las que hacen el experimento, las que sacan a las hormigas de su medio natural y las encabronan.

Según Devesh Lalluvadia, esto es lo que ocurre en nuestras sociedades. Así que antes de irritarte contra el hermano, antes de pelearnos entre nosotros, preguntémonos quién ha sacudido en tarro.

No me atrevería a descargar toda la responsabilidad formicida u homicida sobre el líder manipulador de masas y el arengador o activista fanático. Puede decirse que a veces los pueblos tienen los imprudentes caudillos que se merecen. Sin embargo, casi siempre, los más inocentes y los sensatos pagan hasta con su vida la locura de unos pocos.

Fuente: fr.quora.com