domingo, 27 de diciembre de 2020

SANTA ALACOQUE




Una extraña enfermedad inmovilizó a la joven Margarita María Alacoque (1647-1690) durante cuatro años, de la que curó milagrosamente.

El 27 de diciembre, festividad de san Juan Evangelista, maestro de la luz, cuando María tenía veinticinco años entró en éxtasis ante el Santísimo Sacramento. Sus visiones se repetirían durante dos años, todos los primeros viernes de mes.

A la santa se le aparecía el divino corazón de Jesús rodeado de llamas, coronado de espinas, con una herida abierta de la que brotaba sangre y emergía una cruz.

Como monja de la Orden de las Visitandinas, trabajó de auxiliar de enfermera con infinita caridad y diligencia, haciendo los peores trabajos en el convento de Paray-le-Monial.

Reconoció padecer hambre insaciable de humillaciones y mortificaciones. Como a toda su familia y a ella misma le repugnaba el queso, escogió su ingesta como ejercicio ascético para vencer la naturaleza y lo comió con repugnancia invencible durante ocho años.

Sus arrebatos con el Corazón de Jesús fueron incomprendidos y recelados. Mas, incomprendida, alcanzó el consuelo antes de morir de ver difundida su devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Aldous Huxley le dedicó un poema en francés, un SONNET À L'INGENUE en el que parece envidiar el ardor de imaginación (verve) de la santa... 

...

Inconsciente, tu pinchas el Corazón encantado,

donde yo apenas consigo abrir persianas.

Penosamente evoco de mis libros mohosos

el espíritu místico y fresco de la Santa Alacoque.

Sin inspiración sangra para mí el Sagrado Corazón.

(Traducción J. Biedma L., a partir de la edición bilingüe: Aldous Huxley, Poesía completa, Cátedra 2011).



En 1824 León XII la proclamó venerable, en 1864 Pío IX la declara beata, hasta ser proclamada santa por Benedicto XV en mayo de 1920.

Sus restos reposan bajo el altar de la Capilla en la Basílica de Paray-le-Monial, donde son venerados por numerosos fieles.

Al final de su poema, Huxley parece dar rienda suelta a su envidia dejándose llevar oscuramente por lo que él mismo llama un "tono liviano" o "flipante" (a little flippant in tone) mientras sueña con la voz de colibrí de la santa: 

Tu parles, et ta voix de petite ingénue
Imite un Séraphin, cul un sur une nue,
Louant Dieu de son psaume infiniment moqueur.


martes, 8 de diciembre de 2020

REBUZNO IMPERTINENTE


EL BURRO DE CAÑIZARES

           A Antojo, Antonio, Patricia y El Cá

Con año y medio, mi hijo apenas pronunciaba tres palabras en su idiolecto de leche: “Papá”, “Mamá”, “totototo” (chocolate), “Angongo” (su nombre y el de su tío y abuelo) y “¡Cá!” (caballo), esta última voz siempre con admiración. 

“¡El Cá!” era en realidad un burro que pacía tranquilo en la huerta, un servicial animal propiedad del casero Antonio, casado con Patricia, ¡joven pareja laboriosa y entrañable! Mi hijo no hablaba mucho todavía, pero imitaba con perfección sorprendente el rebuzno del asno, criatura que sin duda le fascinaba, cada vez más rara en nuestros pueblos, aldeas y campos.

Cañizares, como el Jaimito protagonista de muchos chistes del siglo pasado, debió de ser un tipo ingenioso de nuestro Siglo de Oro. Melchor de Santa Cruz le atribuye una mano de dichos graciosos. Nosotros, esta anécdota instructiva:

Fue un vecino a pedirle un pollino prestado. Dijo Cañizares que no lo tenía en ese momento en casa. Sin embargo, sucedió que al decir esto tuvo el asno de Cañizares la impertinente ocurrencia de rebuznar claro, fuerte y seguido. 

Puso mala cara el vecino y replicó: ¿No decíais que no teníais al borrico en casa? Respondióle Cañizares muy enojado:

‒ ¡Por san Gregorio! ¿Creéis más a mi burro que a mí?

Cualquier moralista sacaría de esta fábula una única consecuencia: que la mentira corre con patas supercortas. También podríamos creer lo inverosímil, que el asno de Cañizares intuía que lo pedían en préstamo o que ansiaba la aventura, porque se aburría.

¿Qué motivó la mentira de Cañizares? No lo sabemos. Tal vez ya había prestado con anterioridad el pollino al vecino y éste no le había tratado con el debido respeto. Claro está que Cañizares amaba a su platero, aunque no lo humanizara.

Otra consecuencia pragmática (no ética) que podemos extraer del apólogo es aquella que saben y practican los buenos jugadores de ajedrez. La mejor defensa es siempre un ataque.