martes, 8 de diciembre de 2020

REBUZNO IMPERTINENTE


EL BURRO DE CAÑIZARES

           A Antojo, Antonio, Patricia y El Cá

Con año y medio, mi hijo apenas pronunciaba tres palabras en su idiolecto de leche: “Papá”, “Mamá”, “totototo” (chocolate), “Angongo” (su nombre y el de su tío y abuelo) y “¡Cá!” (caballo), esta última voz siempre con admiración. 

“¡El Cá!” era en realidad un burro que pacía tranquilo en la huerta, un servicial animal propiedad del casero Antonio, casado con Patricia, ¡joven pareja laboriosa y entrañable! Mi hijo no hablaba mucho todavía, pero imitaba con perfección sorprendente el rebuzno del asno, criatura que sin duda le fascinaba, cada vez más rara en nuestros pueblos, aldeas y campos.

Cañizares, como el Jaimito protagonista de muchos chistes del siglo pasado, debió de ser un tipo ingenioso de nuestro Siglo de Oro. Melchor de Santa Cruz le atribuye una mano de dichos graciosos. Nosotros, esta anécdota instructiva:

Fue un vecino a pedirle un pollino prestado. Dijo Cañizares que no lo tenía en ese momento en casa. Sin embargo, sucedió que al decir esto tuvo el asno de Cañizares la impertinente ocurrencia de rebuznar claro, fuerte y seguido. 

Puso mala cara el vecino y replicó: ¿No decíais que no teníais al borrico en casa? Respondióle Cañizares muy enojado:

‒ ¡Por san Gregorio! ¿Creéis más a mi burro que a mí?

Cualquier moralista sacaría de esta fábula una única consecuencia: que la mentira corre con patas supercortas. También podríamos creer lo inverosímil, que el asno de Cañizares intuía que lo pedían en préstamo o que ansiaba la aventura, porque se aburría.

¿Qué motivó la mentira de Cañizares? No lo sabemos. Tal vez ya había prestado con anterioridad el pollino al vecino y éste no le había tratado con el debido respeto. Claro está que Cañizares amaba a su platero, aunque no lo humanizara.

Otra consecuencia pragmática (no ética) que podemos extraer del apólogo es aquella que saben y practican los buenos jugadores de ajedrez. La mejor defensa es siempre un ataque.