Nada nuevo bajo el sol. Las plagas y las pestes no son
nuevas, ni los terremotos, ciclones y cataclismos. Ahora estamos más protegidos
y sabemos a qué nos enfrentamos: un diablo microscópico o un fenómeno natural y
hasta previsible; o a posibles desastres provocados por nuestra actividad: el cambio climático, la contaminación de las aguas del océano o la pérdida de
biodiversidad. Tampoco hay vicios nuevos, si faltaban a finales del mundo
antiguo, ya inventó nuevos Heliogábalo. Lo del plagio y la falsificación tampoco
es inédito, sólo cuenta con técnicas nuevas o abusa de las existentes.
Así pues, respecto a la falsificación, tenemos el memorable
caso de Onomácrito, ateniense que vivió aproximadamente entre el 530 y el 480
antes de Cristo. Según Heródoto, padre de la Historia, Onomácrito fue intérprete y adivino,
¡y un hábil falsificador! Recopilaba textos de otros autores (crestomatía) y anotó una edición de las
obras de Homero. Esto no estuvo mal. Además, se dedicó a compendiar oráculos de
los principales santuarios griegos: Delfos, Dódona, Olimpia, etc. El tirano
Pisístrato le contrató para recoger los oráculos del poeta Museo, figura
legendaria anterior a Homero, asociada al dios Orfeo y a los misterios
eleusinos, rapsoda al que se le concedían poderes mánticos. A Museo como a Orfeo y
Lino se atribuían los primeros intentos de canto poético, pero ni la Antigüedad
conoció ya sus obras, ni la existencia de tales personajes está demostrada
(C. M. Bowra). No confundamos a este Museo mítico con el otro que floreció hacia el
550 después de Cristo y dejó un idilio épico de Hero y Leandro en el ocaso de la literatura griega… El caso fue
que Onomácrito añadió a los oráculos de Museo otros inventados por él.
El poeta Laso de Hermione descubrió el engaño y Onomácrito
fue desterrado de Atenas. Este Laso de Hermione introdujo innovaciones en el
ditirambo y fue maestro de Píndaro. El geógrafo Pausanias, que inventó el
subgénero literario de la guía turística en el siglo II de nuestra era, creía
que casi todos los poemas que se atribuían a Museo eran de Onomácrito. También
se le acusa de modificar la mitología de los titanes y de, exiliado en Persia,
convencer a Jerjes para que invadiera Grecia.
El caso es que el clan dominante en Atenas de los pisistrátidas utilizó al hermeneuta Onomácrito para sus fines.
Después de que Hiparco le desterrara por falaz, se sirvieron de él cuando
cayeron en desgracia y tuvieron que emigrar a la corte del rey Jerjes en Susa.
Cuando se refugiaron con Jerjes (hijo del fallecido Darío) formaron parte del
consejo que animaba al rey a invadir Grecia. Allí estaba Mardonio, primo de
Jerjes, representantes de los reyes de Tesalia, y junto a los pisistrátidas
exiliados, Onomácrito, cresmólogo organizador y compilador de los oráculos del
legendario Museo.
Onomácrito selecciona ante Jerjes los oráculos que tiene a
su disposición: calla los que conllevan desgracias para el bárbaro y le recita
los más favorables, explicándole cómo un persa habría de unir las dos orillas
del Helesponto con un puente… Algunos eruditos asimilan el trabajo de
Onomácrito al de un editor, pero como tal editor dejaba bastante que desear: primero,
porque se mostraba irrespetuoso con el texto base y, segundo, porque ocultaba
datos a Jerjes, manipulando los oráculos, seguramente por instigación de los
pisistrátidas, pues fueron ellos los que le recomendaron como asesor al rey con
solemnes palabras.
Jerjes no estaba muy convencido de lanzar una campaña contra
Grecia atravesando Asia menor para asaltar Europa. Se decidió a ello a causa de dos sueños propios y por un tercero de su tío y consejero Artabano. Y sabemos
que la expedición contra los griegos fue un desastre.
¡Líbremos dios de asesores áulicos y cortesanos desleales que
criban o falsifican la información al mal servir a sus señores! O de aquellos lisonjeros que -por miedo a que se mate al mensajero de malas noticias- solo cuentan a la autoridad competente lo que creen que esta desea oír.