domingo, 12 de mayo de 2024

OPINIONES Y TODÓLOGOS



EL CIRCO DE LA DOXA (OPINIÓN PÚBLICA)

Desde que el sofista chulapón Petrus Acomodalçotes Filetas refutó con éxito el tópico según el cual las opiniones son como el culo porque cada cual tiene uno..., desde ese señalado día, politólocos, sociológicos y psicoplásticos hablan en Hispalandia de la Era o Edad de los Polianos, llamando "polianos" a quienes, aunque se conserven con un solo ano, cambian de opinión como de peinado para exhibir sus juicios, valoraciones y dislates, no sólo como extensión de su soberbia identidad, sino también como expresión de su pertenencia a un grupo de selectos por condición moral, emotiva y entrañable. Y, a ser posible, dando espectáculo.

Poliano Mutabilus, por poner un ejemplo, tenía en Hispalandia un parecer para los días que empiezan por eme y otras opiniones (doxai) muy diferentes para el resto de los días según fuesen claros, lluviosos, neblinosos o nublados. La mayoría ciudadana cambiaba de opinión según les fuese el día (a ellos o a sus mascotas), o dependiendo de si habían tenido sexo satisfactorio la noche anterior. Con las tormentas, muchos cambiaban de criterio radicalmente. Los vientos fuertes se llevaban opiniones y veredictos, o los deshacían como pompas de jabón o hilos de araña. Refrescaban el ambiente con novedosas y extravagantes opiniones, cuanto más peregrinas, más espectaculares.

La gente cambiaba drásticamente de opinión si le okupaban la casa y, naturalmente cabreada, entraba en crisis respecto de sus inclinaciones electorales. Las opiniones de los afiliados a una iglesia, a un club de fútbol o a un partido político, mudaban menos de parecer, y nunca contra los grandes símbolos y consignas oficiales de sus sectas, por las que eran alimentados identitariamente y/o a las que alimentaban. Por todo esto, los historiadores futuros llamarán a la Era de los Polianos la Era de la Opinión Fulana o el Tiempo de la Bestia Charlatana o el Mar de la Gran Corriente de Baba (esto último muy despectivamente).

Sin embargo y por seguir con nuestro caso del ciudadano Poliano Mutabilus, este nunca renunció a su creencia básica de: "moja tú primero en la sopa y coge de la olla, y los demás que despabilen o el que venga detrás que arree". Esa convicción no había cambiado porque una cosa es lo que se opina cuando la simpática reportera salta a la acera a auscultar con su cebolleta mediática el corazón de la ciudadanía polianal (muchas opiniones, aunque un solo ano normalmente), y otra cosa es la creenciaconvicción, que a uno le constituye (como diría Ortega), y que depende de si de nene o nena te dieron torta o teta de masa madre, de si te trataron con cariño o abusaron de tu inocencia, y, en fin, de si tuviste padre y/o madre, o estaban muy ocupados produciendo, comprando y viajando. Nuestras creencias más profundas dependen de otras cuestiones y de vivencias tan complejas que no son para tratadas aquí. 

Sí nos atrevemos a decir que las creencias son como chinchetas clavadas en el alma: duele mucho arrancarse cualquiera de ellas. Los humanes de la Era de los Polianos escondían pocas creencias, pero, como ya hemos dicho, lucían muchas y contradictorias opiniones que cambiaban como quien cambia de calcetín o de máscara, a convenciencia, pero solían ocultar sus verdaderas convicciones por el sempiterno miedo al Qué dirán. Les quedaba algo de vergüenza, como un atavismo de épocas remotas.

Es opinión frecuente, aunque efímera como todas en Hispalandia, que las tradiciones también pesan a la hora de mover montañas y atar cabos, pero en esas ingenierías no buscamos nosotros meternos, no vaya a ser que salgamos vivos pero heridos y mal descabellados. Aunque sobre las tradiciones también opinemos y oponemos, opinamos y nos opongamos, ¡faltaría más! Sobre tradiciones y opiniones postulamos la falacia progresista de que "todas son respetables", incluida la de que "ninguna vale una mierda", in consequentia.

¡Tolerantes que somos -o fuimos- en la Era de los Polianos! Hay que reconocer que hay entre nosotras, nosotres y nosotros quienes no opinan por no discutir, gente pusilánime que se aísla y lee libros antiguos y obsoletos en los que ni aparece el nombre o el retrato de famosas y famosos con glamur. Libros que valen tan poco que se pueden leer gratis en la Red. Además -opino yo, más o menos desde un futuro utópico- que el que no opina consiente, y hasta acaba a veces jodido y preñada, como quien temiendo males mayores se ajusta por miedo a la opinión del Amo, que suele ser un gran sofista con pretensiones despóticas. Aunque todos tenemos muchas opiniones, se suelen fundir en una opinión dominante, mainstream o cultura de la queja la que fue en la Era de la Baba corriente dominante. Lo esencial de dicha cultura fue opinar que se tenían derechos sin asumir ni obligaciones ni responsabilidades, atribuyendo todo mal a un ser abstracto: el Sistema, el Capitalismo, el Fascismo, el Comunismo, etc. Quienes no comulgan con las ruedas de molino de la Sacra Cofradía del Victimato suelen callar para evitar la envidia o la exclusión social, porque es imprescindible contar con la opinión pública, que suele solaparse con la del Estado, pues el Estado también se mete a opinante y tiene para ello multitud de medios a su alcance, incluso desvergonzadamente y porque puede opina sobre lo que debemos comer, beber, sobre lo que no debemos fumar, etc. Normalmente, sus opiniones entrañan algún tipo de velada amenaza.

Hay también almas atribuladas incapaces de tener opinión propia o sordas a las que les cantan los demás, engullidas por una "espiral de silencio", pero esa minoría lastimosa tiene la oportunidad de seguir por la mañana y por la tarde programas baratos y de gran audiencia llamados "tertulias" en las que trescientos o cuatrocientos todólogos (tuttologos), con y sin titulación de periodistas, acreditados a veces como "expertos" politolocos, sociológicos y psicoplásticos, proporcionan opiniones variopintas a quienes no quieren o no pueden pensar. Los todólogos no dudan ni reconocen ignorancia alguna, como su nombre indica "saben de todo". Dicen estar bien informados, pero más que con información mercadean con opinión, porque no se puede estar en todas partes ni ver mucho ni leer mucho si uno pasa la vida dándole a la Muy.

En la Era de los Polianos fue difícil prever cuál sería la candidatura más votada. Para ello se recurría al augur Politezanos Acomodaticio, quien solía consultar higadillos de varios palomos vírgenes a fin de adivinar o abducir con probabilidad superior el resultado de eventos electoriles. Politezanos acertaba poco o nada, pero en el Politburano Moncloveta apreciaban mucho sus servicios.

miércoles, 3 de abril de 2024

FATALIDADES

 


En una añosa enciclopedia del folklore sefardita, el lector curioso puede espigar una versión del mito de la hierba de la inmortalidad, esa que Gilgamesh no pudo encontrar, esa que el sabio Berzebuey buscó en la India para su rey persa Corroes, sin éxito, fármaco prodigioso que hoy confunden muchos con neurotransmisores sintéticos.

El relato a que nos referimos está inserto también en el Me'am Lo'ez, espeso volumen en el que el Rabbi Yaakov Culi comentó por extenso la versión hispano-hebrea del Tanakh, es decir de la Biblia judía, en 1730. Lo recreo aquí en romance actual como pamplina o mojiganga significativa y a propósito de las extrañas jugarretas con que se burla de nosotros el cruel y despiadado Destino...

***

Un varón que viajaba desde Israel a Babel se sentó a descansar un rato sobre una piedra del arcén del camino, a beber y a tomar un bocado de la cantimplora y de los víveres que guardaba en su macuto. Y mientras restauraba sus fuerzas vio a dos pájaros que peleaban el uno contra el otro muy bravamente, con tanta violencia que uno acabó con la vida del otro.

El hombre cortó una hierba rígida y se la metió al fallecido por el pico y con esto lo resucitó. Tan emocionado como sorprendido por el resultado de su acto, tomó aquella hierba que el pájaro revivo había escupido de su pico y se la guardó en un bolsillo, como panacea para resucitar muertos.

Siguió contento su viaje, sintiéndose un asclepio, y vio un león muerto en mitad del camino. Ni corto ni perezoso, nuestro hombre le metió la hierba entre los belfos ¡y la fiera resucitó! No sólo revivió sino que se levantó hambrienta, por eso aquel león ingrato atacó y devoró al hombre.

***

Los escoliastas que glosan el cuento añaden que ejemplifica el tradicional fatalismo del pueblo hebreo, que hace de la hierba de la inmortalidad el más rápido camino hacia la muerte.

El ejemplo anterior es similar a otro del Calila e Dimna (extraordinaria colección de cuentos didácticos, en castellano del siglo XIII, extraídos sobre todo de la tradición gnómica oriental), un cuento en el que un varón, huyendo desesperado de una jauría de lobos hambrientos, se arroja a un río a sabiendas de que no sabe nadar. 

La corriente le arrastra de un puente a otro -como en el juego de la Oca- y en el segundo unos pescadores compasivos lo ven, medio muerto ya, pero lo socorren. No se ahoga. Le echan una manta por encima y le dan algo que comer. Temblando, el desgraciado se acerca a una pared y esta, como trampa beoda, le cae encima y lo mata. 

Había llovido mucho. Y eso era bueno, muy bueno.

  • - No conocemos ni el momento ni el lugar.
  • - ¡Ni falta que hace! -respondió el chacal, el más listo de los dos, hijo de Fulán.


miércoles, 6 de diciembre de 2023

EL PACIFICADOR

 

Fotografía de Juan Vicente Gómez en sus últimos años

Juan Vicente Gómez (1857-1935), político y militar, dio un golpe de Estado en 1908, ejerciendo como dictador penipotenciario (quería decir plenipotenciario) de Venezuela hasta su muerte en 1935. Eliminó los caudillos criollos y puso fin a un siglo de guerras civiles. Canceló las deudas de la nación y modernizó el país con grandes obras públicas. Mantuvo la apariencia de un Congreso elegido por el pueblo, enmendó la Constitución como quiso y administró el país a su antojo. Le apodaron El Pacificador.

Quiso mantenerse neutral durante la Primera Guerra Mundial, pero un día los jerifaltes del Congreso decidieron entrar en la Gran Guerra, no sabemos el porqué, y acudieron a Maracay, que entonces era la capital de Venezuela, a anunciarle la decisión a Gómez.

- ¿Quién ha decidido que Venezuela entre en guerra? -preguntó el Dictador.

- El Congreso, su excelencia.

- Sí, pero ¿exactamente quién?

Entonces le dieron la lista de los diputados que habían votado a favor de entrar en la Gran Guerra.

- Díganle a esos señores que tienen mi permiso para que ellos vayan a la guerra.

***

O sea que se puede ser dictador progre y pacificador, todo al mismo tiempo.

- Es raro.

- Sí, pero hay gente pa'tó.

- El de ahora no es así.

- No. Ni pacifista como Juan Vicente Gómez.

martes, 24 de octubre de 2023

POLVOS DE CERTEZA



Cuenta Cunqueiro que en tiempos del Califa de Bagdad sus mejores pilotos persas navegaban hasta una isla secreta en la que hallaban peculiar fonda y botica maravillosa. El despacho estaba a cargo de una curandera de edad indeterminable y cabellos blancos, abundantes y rizados.

La dueña de aquel establecimiento conocía los idiomas de treinta y dos Vientos, tantos como puntos de su Rosa, pues cada viento habla un lenguaje diferente, muchos con las raíces milenarias de las lenguas humanas: indoeuropeo, germánico, ugrofinés, semítico, quechua, chinés, etc.; sin embargo, otros Aires más liberales inventan idiomas propios, nacidos de sus impulsos violentos, su curiosidad o su necesidad de cariño y contacto. Es el caso del viento norte-nordeste que parece batido por torcaces que vuelan asustadas y remotas; o del vendaval sur-sureste, que chilla con gritos de gavilanes hambrientos y buitres apesadumbrados y, lo peor, arrastra siempre arena, nunca agua.

La Leche de Sirena, usada por los jeques galanes para procurarse sueños lascivos o "de bulto" (con ilusiones táctiles) procedía de esa botica cuya ubicación sólo conocían unos pocos. 

También se cuenta que la anciana proporcionó "polvo de certeza" a cambio de tímpanos jóvenes o córneas sanas, y que de aquellos polvos vinieron estos lodos porque usaron dichos polvos para dictar bulas algunos papas y - lo cual es muy inquietante -, hasta líderes carismáticos, caudillos y antipapas.

miércoles, 11 de octubre de 2023

HAZ QUE LA MISMA HORA NOS LLEVE

 

Rembrandt. Jupiter y Mercurio en la casa de Philemon y Baucis.

Filemón y Baucis eran un matrimonio mayor y bien avenido. Se habían unido en los años de su juventud y figuran como un buen ejemplo pagano de fidelidad y hospitalidad. Pues sucedió que dos dioses, Zeus y Hermes, transformados en mendigos (a saber por qué, tal vez por aburrimiento) se presentaron en la ciudad de Frigia en mitad de una terrible tormenta. Pidieron cobijo y sólo Baucis y Filemón les acogieron en su humilde cabaña sirviéndoles comida y vino.

Los forasteros bebían, pero los cónyuges veían que sus copas no se vaciaban. Sorprendidos, les ofrecieron como complemento gastronómico un ganso, el único animal del que la pareja disponía. Pero el ave corrió a las rodillas de Zeus que amablemente rechazó su sacrificio.

Tras la frugal cena, Zeus, agradecido, les advirtió que destruiría la ciudad y les animó a echarse al monte. Desde las alturas, Filemón y Baucis contemplaron la inundación que destruyó Frigia. El dios salvó su cabaña que más tarde se convirtió en templo.

Al final del maravilloso (y vengativo) suceso, Zeus les preguntó cuál era su mayor deseo, dispuesto a convertirlo en seguida en realidad. El rey de los dioses antiguos (esto sucedió antes del Ché y de Maradona) escuchó esta respuesta: "Auferat hora duos eadem", es decir: "Haz que la misma hora nos lleve", pues todavía se amaban con un tierno amor.

***

Rembrandt pintó el encuentro de los dioses con la pareja. Charles Gounod compuso una ópera con libreto de Jules Barbier y Michel Carré, que se basaron en el relato de La Fontaine, que a su vez se inspiró en el libro VIII de Las Metamorfosis de Ovidio. Por último, Vintila Horia recogió la historia en su novela histórica Dios ha nacido en el exilio, libro homenaje a Ovidio, que compartió la suerte del autor (rumano exiliado) cuando fue deportado por Augusto a la remota ciudad de Tomis, en la cosa rumana del Mar Negro.

viernes, 11 de agosto de 2023

PODERES Y SOLEDADES

 



El sexto barón de FuenMarina fue un tipo muy singular: ilustrado, viajero, galanteador y donjuan, criador de carpas, moderadamente libertino y filósofo de la vida. Su realismo hedonista se deslizaba fácilmente hacia el pesimismo y la misantropía: "Deploro mi pereza -decía- pero me consuela el pensamiento de que mis semejantes son demasiado estúpidos para que yo desperdicie el tiempo en instruirles o entretenerles". Así pues, con dotes para el arte y la enseñanza, no legó nada en prenda, las rentas de las propiedades familiares y el tráfico de carpas le permitieron no tener que inventar ni pringarse para ganarse la vida.

Pero eso sí, dejó un diario formidable en el que sentenció que la sensibilidad en general y la sensualidad en especial van íntimamente unidas a la pena, la aflicción, la soledad y, en general, a los estados melancólicos. 

Para probarlo citaba el caso de la contristada viuda que, francamente desolada por la pérdida y por sus sentimientos hacia el esposo recién finado, se ve traicionada por esas mismas emociones, y se muestra incapaz de resistir los inoportunos avances del amigo en el funeral, pues el condolesciente conoce perfectamente el arte de pasar de amigo a consolador, quiero decir, del pésame a la familiaridad.

Sin vergüenza alguna, pues se trataba de un diario íntimo, privado, el sexto barón de FuenMarina revelaba en su entradilla de 12 de agosto de 1780 que había hecho cornudos póstumamente a un duque y dos vizcondes, a uno de ellos la pasada noche y en el mismo lecho desde el cual, sólo unas horas antes, habían sido pomposamente trasladados los restos mortales del vizconde al sepulcro familiar de estilo neogótico. 

¡Tal es la capacidad regeneradora de la vida! Y el que va a un funeral y no bebe vino, el suyo le viene de camino.

Poco después anotaba el barón una curiosa reflexión sobre la muerte, que bien podía servir de contrapunto a la pasada y procaz noticia. Decía en ella que el morir casi es el menos espiritual de los actos de nuestra vida; incluso es más estrictamente carnal que el acto amoroso. Hay agonías -decía- que tienen mucha semejanza con los esfuerzos que hace el estreñido para evacuar.

Ya tenía cincuenta años el sexto barón de FuenMarina cuando en 1788 filosofa sobre la soledad. "De la soledad uterina surgimos a la soledad entre nuestros semejantes, para luego volver a la soledad de la tumba". Si bien pasamos la vida esforzándonos por mitigar tamaña soledad, por desgracia proximidad ("propincuidad" escribe) no significa fusión y la ciudad más populosa es una aglomeración de soledades. Por eso saltan las palabras de prisión a prisión sin que nunca estemos seguros de que signifiquen para los demás lo que significan para nos.

El más íntimo de los contactos -insiste el barón- sólo lo es de superficie, epidérmico. "El placer no se comparte; lo mismo que el dolor, sólo se experimenta o se inflige", y la verdad es que nuestras bondades tienen el mismo motivo que nuestras crueldades: el de aumentar la sensación de nuestro poder. Mas resulta que la soledad de un hombre es proporcional a la sensación y a la realidad de su poder: cuanto mayor es nuestro poder, tanto más solitarios nos sentimos. 

En las últimas entradas de su diario el barón de FuenMarina confiesa que quiso poner a su vejez el remedio del rey David. Pronto se desilusionó diciéndose que el calor no puede compartirse, sólo evocarse. Donde no queda carbón, ¡ni la yesca hace llama!

***

Fue el erudito Jeremías Fonseca (@Kandidocordial) quien desempolvó el diario del barón en una biblioteca de anticuario. Comentó con su amigo Modesto Modales las ideas del casanova ilustrado: 

– Los mandones se quedan solos.
– Dios es grande y justo. 
– Y más solos cuanto más mandonean. 
– Dios castiga sin dar voces.

Mr. Snorkel no estaba muy seguro de esto y así se lo hizo saber a @Kandidocordial en un trino. 

Tampoco yo estoy seguro -respondió Jeremías en otro trino-. ¿Quién puede? Es un desiderátum; como el karma. Muchas veces los dioses encumbran a los soberbios y les regalan adeptos y prosélitos. Cosa que a Nietzsche le ponía en trance épico, aunque él en vida no tuvo muchos subidones ni ocasiones de venirse arriba, y Lou von Salomé le dio calabazas. Con motivo.

Además -añadió Modesto- no está claro que los prosélitos den verdadera compañía. ¡Propincuidad no es fusión!, ya lo dijo el barón de FuenMarina.

domingo, 14 de mayo de 2023

EL ACORDEÓN

 


"¡Oh modestos acordeones! ¡Simpáticos acordeones! Vosotros no contáis grandes mentiras poéticas como la fastuosa guitarra; vosotros no inventáis leyendas pastoriles como la zampoña o la gaita; vosotros no llenáis de humo la cabeza de los hombres como las estridentes cornetas o los bélicos tambores". Pío Baroja.

 

JANA, KONÍN Y FABIO (Cuento del abuelito)

Jana era una anciana pianista viuda. Todos los días se sentaba en su taburete y tocaba las piezas más hermosas que conocía, luego abrazaba un viejo acordeón que hacía sonar con arte en bodas y ferias su marido difunto, para interpretar con él apasionados tangos conque recordaba el afecto que los esposos se habían tenido, partituras sentimentales de una tristeza solemne. 

El acordeón se llamaba konín. Su nombre estaba escrito con letras doradas por encima de su teclado. No era muy grande, pero pesaba lo suyo, y Jana, que era ya una mujer mayor, no podía abrazarlo sosteniéndolo en el aire durante mucho tiempo.




Konín revivía contento cuando aquellos ágiles dedos acariciaban sus teclas y presionaban sus botones y cuando los brazos de la señora impulsaban su fuelle, que rozaba la blandura cálida de sus senos, al hacer cantar el viento en sus cajas armónicas de madera. ¡La música era el gran amor de su vida!

Un día no se oyó nada en el apartamento de Jana, ni la pianista acudió a su cita con konín, aquel viejo acordeón que había sido el instrumento preferido por su marido. Al día siguiente tampoco, como si un calderón ahondara un silencio hondo. Al tercer día, la vivienda se llenó de rostros tristes y ropas negras. Konín comprendió que su vieja amiga no tornaría a despertarlo, que Jana ya no volvería a agitar el aire en las entretelas de sus pulmones ni por los canales de sus entrañas generando emocionantes melodías.

Aquella larga noche Konín se mantuvo en vela y repitió para sí, en sordina, las piezas más melancólicas que conocía. Luego permaneció mudo, hasta que unos mozos de mudanzas lo metieron en su caja negra y lo depositaron en una tienda de instrumentos de segunda mano. Se sentía inútil y echaba de menos los abrazos de su señora hasta que cayó en los infiernos de una inconsciencia sin sueños. 

El dueño de la tienda le sacó con cuidado de la caja y le expuso junto a otros instrumentos de cuerda y de viento: un saxofón, una guitarra, un contrabajo, una trompeta... Deseaba que algún visitante al pasar rozase con sus dedos su teclado e impulsase su fuelle para ver cómo sonaba. 

¡Un día sucedió! Entró en la tienda una pareja con un niño saludable y fuerte, y este, atraído por el color rojo brillante de la carcasa de Konín, acarició levemente su parrilla de sonido y Konín soltó un dulce gemido, aun sin que lo abrazasen ni expandieran o contrajeran su fuelle, mientras algunas de sus lengüetas temblaban por dentro y sus registros se activaban.

Ayudado por el vendedor, el niño se ciñó las correas y probó a tocar una cancioncilla en su teclado equivocando varias notas, vacilante e inseguro. 

¡Qué vergüenza!". Él, cuyas lengüetas habían entonado al compás tangos, pericones, polkas, valses franceses y hasta piezas de Bach y el Ave María de Schubert..., con perfección virtuosa e indiscutible maestría, ¡flores de Maravilla!, ahora balbuceaba y tartamudeaba una melodía repetitiva, vulgar y ridícula... El regulador de la correa se distendió, varias plaquetas de aluminio de desencolaron, saltaron un par de remaches de sus badanas de piel, el fuelle soltó por su canal de alivio algo parecido a un eructo, luego un pedo, y más tarde unos sobrealientos de asmático... El vendedor no se achicó:

- ¡No se preocupen! Hay que ponerlo a punto. Pero tranquilos, llamo a nuestro luthier y en unos días lo abre, lo limpia, lo ajusta y lo deja nuevo. Estos viejos instrumentos italianos son eternos. Se fabricaron para que durasen. Y, si les gusta, se lo dejaré barato, ¡muy barato! -dijo el vendedor guiñando un ojo a la madre del niño, que se llamaba Fabio y se había encaprichado del acordeón rojo.

Así fue. Los padres volvieron a la tienda, comprobaron su rejuvenecido estado y compraron a konín. Al día siguiente los transportistas vinieron a buscarlo. A su lado y antes de que lo metieran en su caja, un venerable contrabajo, que había notado la ansiedad del acordeón-piano, se mostró sensible a su desconcierto y le susurró gravemente:

- Sabes..., compañero, Jana, tú anciana señora, y su difunto marido también fueron niños y sin duda comenzaron tecleando cancioncillas ligeras, vacilantes, con dudas y errores. Para aprender hace falta esfuerzo, ilusión y tiempo.

Encerrado en su cajón, Konín reflexionó sobre esas palabras de su colega el contrabajo y se arrepintió de haberse sentido tan superior e indiferente al abrazo del chiquillo. Cuando le dejaron en su nuevo hogar hizo lo imposible porque aquellas sencillas melodías que Fabio ensayaba sonaran bien y alegraran o consolasen el alma, como las piezas de los grandes maestros.