Desde que el sofista chulapón Petrus Acomodalçotes Filetas refutó con éxito el tópico según el cual las opiniones son como el culo porque cada cual tiene uno..., desde ese señalado día, politólocos, sociológicos y psicoplásticos hablan en Hispalandia de la Era o Edad de los Polianos, llamando "polianos" a quienes, aunque se conserven con un solo ano, cambian de opinión como de peinado para exhibir sus juicios, valoraciones y dislates, no sólo como extensión de su soberbia identidad, sino también como expresión de su pertenencia a un grupo de selectos por condición moral, emotiva y entrañable. Y, a ser posible, dando espectáculo.
Poliano Mutabilus, por poner un ejemplo, tenía en Hispalandia un parecer para los días que empiezan por eme y otras opiniones (doxai) muy diferentes para el resto de los días según fuesen claros, lluviosos, neblinosos o nublados. La mayoría ciudadana cambiaba de opinión según les fuese el día (a ellos o a sus mascotas), o dependiendo de si habían tenido sexo satisfactorio la noche anterior. Con las tormentas, muchos cambiaban de criterio radicalmente. Los vientos fuertes se llevaban opiniones y veredictos, o los deshacían como pompas de jabón o hilos de araña. Refrescaban el ambiente con novedosas y extravagantes opiniones, cuanto más peregrinas, más espectaculares.
Sin embargo y por seguir con nuestro caso del ciudadano Poliano Mutabilus, este nunca renunció a su creencia básica de: "moja tú primero en la sopa y coge de la olla, y los demás que despabilen o el que venga detrás que arree". Esa convicción no había cambiado porque una cosa es lo que se opina cuando la simpática reportera salta a la acera a auscultar con su cebolleta mediática el corazón de la ciudadanía polianal (muchas opiniones, aunque un solo ano normalmente), y otra cosa es la creencia o convicción, que a uno le constituye (como diría Ortega), y que depende de si de nene o nena te dieron torta o teta de masa madre, de si te trataron con cariño o abusaron de tu inocencia, y, en fin, de si tuviste padre y/o madre, o estaban muy ocupados produciendo, comprando y viajando. Nuestras creencias más profundas dependen de otras cuestiones y de vivencias tan complejas que no son para tratadas aquí.
Es opinión frecuente, aunque efímera como todas en Hispalandia, que las tradiciones también pesan a la hora de mover montañas y atar cabos, pero en esas ingenierías no buscamos nosotros meternos, no vaya a ser que salgamos vivos pero heridos y mal descabellados. Aunque sobre las tradiciones también opinemos y oponemos, opinamos y nos opongamos, ¡faltaría más! Sobre tradiciones y opiniones postulamos la falacia progresista de que "todas son respetables", incluida la de que "ninguna vale una mierda", in consequentia.
¡Tolerantes que somos -o fuimos- en la Era de los Polianos! Hay que reconocer que hay entre nosotras, nosotres y nosotros quienes no opinan por no discutir, gente pusilánime que se aísla y lee libros antiguos y obsoletos en los que ni aparece el nombre o el retrato de famosas y famosos con glamur. Libros que valen tan poco que se pueden leer gratis en la Red. Además -opino yo, más o menos desde un futuro utópico- que el que no opina consiente, y hasta acaba a veces jodido y preñada, como quien temiendo males mayores se ajusta por miedo a la opinión del Amo, que suele ser un gran sofista con pretensiones despóticas. Aunque todos tenemos muchas opiniones, se suelen fundir en una opinión dominante, mainstream o cultura de la queja la que fue en la Era de la Baba corriente dominante. Lo esencial de dicha cultura fue opinar que se tenían derechos sin asumir ni obligaciones ni responsabilidades, atribuyendo todo mal a un ser abstracto: el Sistema, el Capitalismo, el Fascismo, el Comunismo, etc. Quienes no comulgan con las ruedas de molino de la Sacra Cofradía del Victimato suelen callar para evitar la envidia o la exclusión social, porque es imprescindible contar con la opinión pública, que suele solaparse con la del Estado, pues el Estado también se mete a opinante y tiene para ello multitud de medios a su alcance, incluso desvergonzadamente y porque puede opina sobre lo que debemos comer, beber, sobre lo que no debemos fumar, etc. Normalmente, sus opiniones entrañan algún tipo de velada amenaza.
En la Era de los Polianos fue difícil prever cuál sería la candidatura más votada. Para ello se recurría al augur Politezanos Acomodaticio, quien solía consultar higadillos de varios palomos vírgenes a fin de adivinar o abducir con probabilidad superior el resultado de eventos electoriles. Politezanos acertaba poco o nada, pero en el Politburano Moncloveta apreciaban mucho sus servicios.