lunes, 3 de enero de 2011

Toy story 3

Un buen guión hace buena a una película.
Un buen guión está hecho de ideas, no de "efectos especiales" ni de sexo y violencia tan espectaculares como gratuitos...
Ingenio, inventiva, ¡ideas! Las ideas son las que hacen buenos a los medios. Y los ideales a las ideas. Un guión para ser bueno debe ser verosímil, debe conmover y ser, en un sentido muy general, edificante, constructivo.
No podemos absorbernos y distraernos con una ficción si no es creíble, si no refiere a lo que puede pasarnos y si no resulta internamente congruente.
Es cierto que en ella misma pasan cosas, pero eso que producimos en el teatro o en el arte ha de poder tener una explicación y una justificación para no ser un simple juego ocioso o un pasatiempo estéril. Cualquier cosa, por muy expresiva o elaborada técnicamente que sea, no puede ser arte.
Sí lo es Toy Story 3 (Leo Unkrich, 2010), algo más que un entretenimiento para niños. No es casual que se haya convertido en la película de animación más taquillera de la historia.
Sobre el telón de fondo de la preparación del humano Andy para la universidad, los juguetes, olvidados, se preocupan por su incierto futuro... La donación a la guardería (Sunnyside) parece una buena solución, pero allí acabarán descubriendo que manda un oso de peluche resentido (Lotso), que usa por esbirro la fuerza de un gran y terrorífico bebé mutilado...
Oír a Barbie sentar cátedra de sociología política, mientras se involucra junto a su narcisista pareja Ken, en una trepidante acción liberadora, ¡y poder creérselo! no deja de ser tan novedoso como extraordinario.
Y es que las cosas no son lo que parecen ser. El simulacro del arte nos devuelve a la realidad de los seres. La Barbie de Toy story 3 me recuerda mi viejo manual de M. Duverger (Sociología de la política, Ariel, Barcelona, 1975): la distinción entre autoridad legal-racional y despotismo autoritario o legitimidad carismática... Sunnyside, la guardería, no es un paraíso para los juguetes y muñecas, sino una prisión controlada por un tirano vengativo. Y los infantes pequeñitos no son sólo angelitos, sino también crueles torturadores hiperactivos, alternativa que se nos ofrece a cada uno de nosotros.
Buzz (el viajero estelar, uno de los buenos) es reprogramado (lavado de cerebro) y luego adopta una curiosa personalidad donjuanesca, latina... No falta suspense cuando los protagonistas están a punto de ser devorados por una incineradora o son traicionados por el malvado Oso de Peluche (Lotso). Tampoco falta un happy end, en que triunfa la gratitud y el reconocimiento por los servicios infantiles prestados.
Y la historia no deja de tener su moraleja. Los juguetes, humanizados, personalizados, no pueden ser tratados como meros instrumentos, merecen ser conservados dignamente.
El mundo -ya lo decía Platón- es un cuerpo animado (soma empsychôn).