domingo, 6 de diciembre de 2015

LENGUAS DEL EMPERADOR

No sé quien me contó ni en qué libro encontré la anécdota. Se dice que, cuando el emperador Carlos I terminó por dominar varias lenguas, le preguntaron cuál prefería. El emperador dijo que para hablar con su caballo, empleaba el alemán; para el bel canto, prefería el italiano; para el amor, murmuraba en francés; y para hablar con Dios, usaba el español.

La historiografía cuenta que cuando El 9 de febrero de 1518 las Cortes de Castilla reunidas en Valladolid juraron como rey a Carlos junto con su madre Juana la Loca​ y le concedieron 600 000 ducados le exigieron, entre otras peticiones, tratar con respeto a su madre y aprender el castellano, pues hablaba en germanía hinchado de cultura flamenca.Como dicen los italianos, se non è vero, è ben trovato, o sea que si la anécdota aquella es sólo una leyenda no pierde por ello su valor, pues acertó Salustio cuando dijo de los mitos: esas cosas que no han sucedido son para siempre.

Una vez me esforzé por chapurrear alemán en una taberna muy popular de Viena,  Zwölf Apostelkeller (El sótano de los doce apóstoles), próxima a su fantástica catedral. No debí hacerlo del todo mal porque el camarero supuso que le entendería y me hizo una completa oferta de las viandas que podía pedir para acompañar la imprescindible cerveza. Seguro que quiso ser amable, pero por la horrísona música del idioma, o por sus "rasgos suprasegmentales" -según dicen los lingüístas-, yo pensé que nos estaba echando.


Mozart hizo bien en encargar el libreto de su ópera sobre nuestro don Juan Tenorio (Don Giovanni) al italiano Da Ponte. Mi estimado teniente de artillería Fernando Poveda Delacárcel daba órdenes a sus grandes daneses en alemán, impresionando con ello a la tropa. Aquellos enormes perros obedecían sin rechistar. Creo que también a mí me obedecerían mejor mis perros (unos mestizos entre nórdicos lobunos,  pastores meridionales y gráciles podencos cazadores) si lo hiciese in deutscher Sprache.



El inglés podrá ser todo lo útil que se quiera, dada su indudable función de koiné o lingua franca en la gran aldea global, pero de bonita al oído el English language tiene poco, por no hablar de la pobreza de su morfología verbal. Los fanáticos de Shakespeare me objetarán que aquellos sonetos del genial bardo son inmortales, como los poemas de John Donne, que adoro. Pero dista mucho aquel inglés de los ensayos de Hume (he disfrutado traduciendo alguno de ellos), tan latino, del que hoy se masculla en calles o bares. Lo que no tengo es nada que objetar al dictamen del emperador que hace du français, la langue de l'amour.

En cuanto a la belleza del castellano usado para la oración..., no sé nada de cómo les suena el castellano a los no hispanohablantes, los de allende el Atlántico dicen que los peninsulares lo hablamos "golpeado", y la jota de Jaén no creo que suene precisamente como un gorjeo pajaril. Uno no sabe cómo suena la lengua que entiende, y sólo sabe cómo suena la lengua que no entiende. Hecho éste que avala la distinción platónica entre conocimiento sensible y conocimiento intelectual. Sí es cierto que el éxito internacional de la poesía de Juan de la Cruz, de Fray Luis de León, de la prosa de Miguel de Molinos o de Teresa de Jesús, parecen confirmar el juicio atribuido el emperador.



Por desgracia vivimos de espaldas al país del fado, esa canción consagrada a la expresión de nostalgia y melancolía de nuestros vecinos lusitanos. A mi amigo Juan Enrique Gª Blanca, dramaturgo y políglota profesor de español en Francia (que en paz descanse), le dio por aprender portugués, convencido de que dicha lengua es la más poética y musical del mundo. 

Tal vez tuviera razón y ahora la hable a chistazo limpio y requiebro picante con los ángeles del Cielo. Al emperador, por lo visto, según la anécdota se le olvidó usarla, y eso que el 11 de marzo de 1526 Carlos I se casó en el Real Alcázar de Sevilla con su prima Isabel de Portugal, nieta de los Reyes Católicos y hermana de Juan III de Portugal. Dicen que la quiso de verdad, con ella tuvo seis hijos, aunque Carlos también engendró al menos otros cuatro en úteros distintos. A don Juan de Austria lo reconoció como hijo bastardo y resultado de su aventura con Bárbara Blomberg.

Tal vez como aquel político conservador decía del catalán, el emperador sólo hablaba portugués en su más estricta intimidad.