El sexto barón de FuenMarina fue un tipo muy singular: ilustrado, viajero, galanteador y donjuan, criador de carpas, moderadamente libertino y filósofo de la vida. Su realismo hedonista se deslizaba fácilmente hacia el pesimismo y la misantropía: "Deploro mi pereza -decía- pero me consuela el pensamiento de que mis semejantes son demasiado estúpidos para que yo desperdicie el tiempo en instruirles o entretenerles". Así pues, con dotes para el arte y la enseñanza, no legó nada en prenda, las rentas de las propiedades familiares y el tráfico de carpas le permitieron no tener que inventar ni pringarse para ganarse la vida.