| Dioniso y Sémele. Atribuido al pintor de Callis, mediados del siglo VI a. C. |
Hera, la primera dama del panteón griego, no se andaba con chiquitas. Castigó el adulterio de su esposo Zeus con Sémele, princesa de Tebas, hija de Cadmo y Harmonía. Hera, disfrazada de celestina, engañó a la hermosa mortal para que Zeus se le presentase en todo su esplendor como Señor del trueno y del relámpago... Es evidente que los mortales no están preparados para acostarse con dioses si estos no reducen voluntariamente su poder o se disfrazan de menos, por eso un rayo del dios supremo fulminó a la pobre Sémele.
No contenta con ello ni aplacada la ira producto de sus celos, Hera quiso matar el fruto del adulterio de su marido, acabando con Dionisio, hijo de su cópula impropia con Sémele. Previendo la filicidas intenciones de su esposa, el yogador Señor del rayo pudo salvar el feto de su vástago cosiéndoselo al muslo para que acabara allí su gestación. Hera no paró por eso, e intentó acabar con Dionisio de bebé, por lo que el padre tuvo que mandarlo con Hermes al cuidado de las ninfas, oculto en lugares secretos.
Cuando Dionisio creció, Hera lo afligió con la locura hasta que fue curado por Rea (Cibeles). De las vagancias de Dionisio orate sabemos que andurreó lejos de Grecia, por Egipto y Siria. En Frigia, Cibeles, la Gran Madre, le enseñó ciertos ritos y misterios que luego se asociarían a su culto. Fue entonces cuando Dionisio enseñó y difundió el cultivo de la vid para la fabricación del vino.
Cuentan que en recuerdo de lo que el dios del vino sufrió por su madrastra, Dionisio nos infunde el furor báquico y toda la locura de sus danzas corales asociados a la borrachera. O sea, que el dios ofreció el vino contra lo hombres, para que nos aloquemos. Y es cierto que a muchos los pierde el morapio. Fíjese usted lo que hicieron las ménades borrachas con Orfeo...
No obstante, Platón, que se hace eco de este relato, afirma lo contrario, que Dionisio nos regaló el vino como remedio (phármakon) para que midiésemos nuestro carácter (y el de los demás) y adquiriésemos el pudor del alma y la salud y fuerza del cuerpo (Leyes, 672d), siempre y cuando hagamos del vino un uso prudente y moderado en las comidas comunes, donde es justo invitar a los dioses y especialmente brindar por Dionisio, como rito y recreo apropiado para ancianos (666b).
| Los viejos beiendo y cantando correctamente inspiran a los jóvenes el encanto de la virtud (πρòς ἀρετήν) |
"No censuremos sin más en adelante el don de Dionisio calificándolo de malo e indigno de ser recibido en la ciudad" (Leyes, 672a).
Platón cree en la utilidad de la embriaguez asociada al coro de personas mayores bajo la advocación de Dionisio. Tales coros han de ajustar sus ritmos y melodías bajo la autoridad de un simposiarca sobrio, un director de banquete que dosifique la ingesta del líquido dionisíaco, que los griegos mezclaban y rebajaban con especias, miel y agua, y que controle las letras de sus himnos y ditirambos, en orden a la edificación y para la excelencia de los más jóvenes, identificando siempre la alegría con la excelencia moral y la tristeza con el vicio.
El divino ateniense es consciente de que el vino exalta, despierta pasiones, y puede llenar de arrogancia y provocar descuido y desatención respecto a los demás, especialmente a aquellos que pierden los papeles, es decir, que no son dueños de sí mismos y carecen de la imprescindible autarquía, propia del guardián y conservador de las leyes (671bd). Es evidente que las malas borracheras acaban en trifulcas y estupideces.
Sin embargo, la embriaguez bien ordenada es un buen ejercicio de templanza y muestra como tal su utilidad civil, siempre que la razón imponga pilotaje y dirección en la dosificación de los placeres, con vergüenza y temor de dios para que no falte la gracia (charis) en el coro de bebedores, porque el vino es un eficaz remedio de la sequedad de la vejez, sirve para olvidar la pesadumbre y ablanda el carácter, mostrando de paso el verdadero temperamento, el que se oculta tras de la máscara. 'In vino, veritas'.
Beber con tiento es placer inocuo y agradable para los que tienen "buen vino", apta aventura para curiosos exploradores de estados psíquicos y jóvenes enredadores de almas. Mas es tonto beber para ahogar penas; ¡saben nadar!