domingo, 31 de marzo de 2019

PERAL DE MISERIA

Abeja carpintera (Xylocopa violácea) libando flores de un peral


La vieja Miseria vivía de las ayudas sociales y de la caridad cristiana. Tenía casucha propia de dos plantas en el arrabal, destartalada y sombría. Todavía le cedían para alimentar a un perro milrrazas de nombre Roñoso y aún contaba con un diminuto huerto y un peral, cuyos frutos le robaban los rapaces del pueblo haciendo cómplice a Roñoso con un mendrugo duro o mohoso.

Un buen día llamó a su puerta un hombre más pobre todavía. Miseria le alimentó con lo poco que tenía y le prestó techo y sofá. El ángel Remiel se quitó el disfraz que se había montado y compadecido de la piedad de Miseria le concedió un deseo. La anciana no sabía qué pedir, miserable también en eso, ¡y tras muchas dudas se acordó del peral! Rogó al ángel que quien se montara en el arbolillo no pudiera bajar sin su permiso.

Tras muchas merecidas correcciones y algunas miserables venganzas, por fin salvó Miseria sus peras de la avidez y codicia de los mocicos. Y pasado un tiempo se presentó a la puerta un tipo alto, cejijunto, feo y muy seco, portando su guadaña. Miseria, estrecha y sucia pero no tonta, le reconoció enseguida.

- Vamos, Miseria, es la hora –le dijo La Muerte.
- ¡Pero  bueno! ¿Ahora que empezaba a disfrutar de los frutos de esta vida me llevas contigo?... Cógeme por lo menos unas peras para el viaje; yo, con la artrosis…

La Muerte cayó en la trampa y trepó al arbolito.

- ¡Ahí te quedarás hasta que yo disponga otra cosa! –le gritó la anciana con muy mala leche, asomada a la ventana.

El mundo cambió desde entonces. La Muerte no hacía su trabajo y se aburría soberanamente en lo alto del peral. Pidió auxilio, pero todo el que allí escalaba, allí la palmaba. Por el mundo empezó a sentirse la holganza de Muerte. Los geriátricos llenos, los hospitales también. Las pensiones ya no podían pagarse. Ancianos con trescientos años ingerían voluntariamente venenos letales. Deseaban descansar de la vida, pero no podían. A pesar del hambre, los agujeros de las balas y las lesiones que se auto-infligían, entre pesares y malestares, con los pellejos por los suelos y las depresiones en alza, todos seguían presos de la vida, sin remedio de ella, sin salida y tan viejos o más que Miseria.

Todo el mundo se quejó. Grandes tumultos se formaron en los alrededores del peral de Miseria, y por fin la vieja cedió, pero con una condición: Ni ella ni su hijo Ambrosio, que viajaba sobre todo por África, morirían si La Señora Muerte no les llamaba tres veces. 

A La Muerte le sorprendió que Miseria tuviera un hijo, pero estaba hastiada, colgada del peral. "No sabía que tuvieras un hijo. De ti no se ocupa". “¡De acuerdo!” –soltó La Muerte- Os tendré que llamar tres veces". 

Y entonces se puso La Muerte a currar como una descosida por todos los caminos, las autovías, los estadios, los hospitales, los geriátricos, los palacios y las cabañas, los puentes entre continentes, los campos y las ciudades que rebosaban gente... Tenía tanta faena pendiente que se olvidó de Miseria y de su hijo. Y los dejó campar a su antojo.

Por eso perduran en el mundo el Hambre y la Miseria.

(Adaptado de Pedro L. Tomás. Blog El Redondelito).