viernes, 28 de junio de 2019

FALSAS VESTALES

PAULO HURUS CONTRADICE A BOCACCIO A PROPÓSITO DE LA GRANDEZA DE REA YLIA, SACRÍLEGA VESTAL Y MADRE DE RÓMULO Y REMO


Cuentan que los descendientes del príncipe troyano Eneas fundaron en Italia una legendaria ciudad que Amulio tiranizó tras destituir a su hermano mayor Numitor (o Múnitor) y asesinar a todos sus hijos varones. Sólo se libró de la muerte su única hija, Rea Silvia, a la que su tío Amulio obligó a hacer voto de castidad, consagrada como sacerdotisa de Vesta, diosa del hogar, para que no tuviera descendientes que con el tiempo y el conocimiento de sus delitos le disputaran el trono.

Ilustración para el tratado De las mujeres ilustres de Bocaccio, 1474,
una de las pocas muestras históricas de lencería medieval.
La obra de Bocaccio fue traducida, comentada y editada en castellano por Paulo Hurus,
alemán de Constancia, en Zaragoza (1494).



A Rea Silvia la llama Bocaccio Ylia en su tratado De mujeres ilustres, añadiendo que fue de entre los italianos de la más noble sangre y alto linaje de cuantos hubo, pues los Silvios fueron reyes de los albanos, descendientes del caudillo Eneas. Puesta a la fuerza en virginidad perpetua como vestal y venida a perfecta edad, dicen unos que Rea fue aguijada de los estímulos de la carne, y que no se sabe cómo tuvo ayuntamiento con varón, cosa que pudo notarse por su grande y alzado vientre. Otros dicen que fue el dios de la guerra, Marte, quien se enamoró de la bella muchacha y la sedujo; lo cierto es que de aquella o esta unión se engendraron dos gemelos famosos: Rómulo y Remo.

Escamado y contrariado, el malvado Amulio mandó que sepultaran viva a su sobrina Rea Silvia, y así se hizo, pero aunque su cuerpo fue cubierto de tierra, las obras de sus hijos divulgarían su nombre hasta la más alta cumbre de la veneración. Pues aunque Amulio mandó que sacrificaran a los hijos de Rea, se salvaron milagrosamente y los crió la loba Luperca, y allá por el siglo VIII según los eruditos Rómulo fundará Roma.

Paulo Hurus a finales del siglo XV, citando, comentando al Bocaccio, o por su cuenta, imagina la suerte que corrió Rea condenada a la virginidad por la fuerza y entonces le viene a la cabeza cómo los vestidos sagrados y mantos de las monjas de su tiempo encubren los carnales frutos de Venus. Y se ríe de la locura de aquellos que por quitar la parte de dote que corresponde a sus hijas, bajo el pretexto de la devoción, las encierran siendo pequeñas –o a veces estando ya granadas- ¡y por fuerza!, en las clausuras de los monasterios. Las encierran o las echan a perder, diciendo haber dedicado una virgen a Dios que con su oración hará prosperar su casa y ganará la gloria del Paraíso. ¡Hipócritas!

¡Una perfecta locura!, exclama el editor alemán de Constancia, “¿No saben que la mujer ociosa se hace caballera de las disoluciones de la carne? ¿Y que tienen gran envidia de las licencias del público? ¿No saben que las monjas anteponen las cellas de las rameras a sus claustros? Y que viendo las bodas seculares y viendo los vestidos y arreos diversos y las danzas y fiestas, no teniendo experiencia alguna del matrimonio, desde que entran en la vida monástica y religiosa lloran como viudas y maldicen su ventura y las almas de su padre y madre, y maldicen el claustro. Y no tienen otra cosa con qué consolar su tristeza, salvo pensando de qué manera podrán salir de aquella prisión y huir, o al menos cómo podrán poner a sus enamorados dentro, con todas sus fuerzas [para] hacer en secreto lo que públicamente con el matrimonio les es impedido” (1).

Sigue lamentando Hurus como muchas veces lloran los padres las sucias deshonestidades y los secretos o difamados partos que ellos mismos han provocado, y “los nietos desechados o muertos desventuradamente”. Y entonces echan la culpa a los monasterios. Y a veces no tienen más remedio que dar mantenimiento a la que, deshonrada, el avariento hubiera podido casar. Concluye el humanista cristiano que no se deben poner en los monasterios las doncellas ni pequeñas ni forzadas, sino que una vez educadas en el espíritu evangélico, puedan elegir libremente ponerse bajo el yugo de la perpetua virginidad. Estas cree Hurus que serán raras, pero preferible es que sean pocas, antes que con desordenada multitud se ensucie y difame la Iglesia y templo de Dios.

No es de extrañar -comenta Hurus-, que en crímenes tan alevosos tenga su origen la ciudad de Roma, que tiranizará al mundo con el título de Imperio, naciendo como nacieron sus fundadores de una sacrílega y sepultada viva y de los amamantados por una loba. No es de extrañar que acabase también Roma poblada de traidores, homicidas y criminales. Así que no se debieran hartar los italianos de loar –como hace Bocaccio- a sus "desloadas" mujeres. Mejor callar, mejor borrar que escribir sobre malos ejemplos en que las monjas pudieran mirarse.

Nota

(1) He modernizado la ortografía y muy ligeramente el léxico del texto original de Paulo Hurus.