domingo, 22 de noviembre de 2020

LA CABALGATA ZOMBI


Relato de Jálogüin

La caravana del Día del Orgullo Zombi serpenteaba por la avenida principal de Metrópoli. Las primeras carrozas ocupadas por Libertos o Espíritus libres, luego la tropa de esclavos de encantadoras y siervos de brujos, por último los llamados zombis involuntarios, que debían su condición al mordisco cariñoso o feroz de zombis consagrados. 

Los infectados por otros, bien a la fuerza o con engaños, también llamados zombis disidentes o pseudo-zombis (porque se resistían a perder del todo la conciencia, ¡ese pesado fardo!), no hallaban razones suficientes para celebrar el Día del Orgullo Zombi, aunque sí razones necesarias ya que, debido a su estatuto de discapacitados funcionales, se hacían pagar su participación en el desfile y obtenían pingües rentas vía donaciones solidarias o subvenciones públicas, con las que muchos costeaban sus adicciones, sobre todo a opiáceos de farmacéuticas famosas. 

Los disidentes aprovechaban el evento para reclamar más clínicas de rehabilitación y cuidadores pagados por el Estado, o sea por los contribuyentes, pero sus pancartas estaban escritas en urdu -no sabemos por qué- así que pocos las entendían aunque ilustraban sudarios muy coloristas.
La cabalgata o cara-vana además de vacilar daba bandazos insegura, titubeaba, en parte porque muchos de los pilotos de las carrozas eran ciegos o iban ciegos, por eso acabó rebosando del itinerario programado, salió de la ciudad y tomó la autopista en dirección contraria a la de la circulación normal. 

Se produjeron numerosas colisiones y tremendos atropellos, sobre todo de peones zombis. Alfiles, reyes, reinas y roques de zombis disfrutaban el destrozo desde lo alto, pero no importaba demasiado porque los zombis sangran poco, no están ni vivos ni muertos y porque muchos son pertinaces resucitantes (ni tres días descansan en la tumba) y ni siquiera mueren ya electrocutados.

Los medios de comunicación no daban a basto. Las fuerzas de seguridad, tampoco. Los protocolos de "empleo de fuerza proporcionada" no eran precisos y muchos agentes dudaban si usar o no usar los desintegradores. Fuera porque no se decidieron a emplearlos o porque no apuntaron bien al bulto de huesos y carnes rancias o porque las armas automáticas no les funcionaron, muchos acabaron mordidos y contagiados.

A la mañana siguiente pocos sabían qué carrozas escoltarían en la Cabalgata del Orgullo Zombi del próximo año. Aunque sin ojos ni lengua, ¡yo espero ir con los Libertos, en las primeras y más regias, terroríficas y obscuras carrozas! Me quedan casi todos los dientes. Si consigo morder mucho y mi dueña cumple lo que me ha prometido, desfilaré orgulloso entre los más y mejor consagrados.