domingo, 24 de abril de 2022

UN AÑO ESPECIAL (1975)

 

Polilla patriótica, inquieta y con rostro desafiante

Aquel año accedí a la universidad; el primero de mi familia que lo hacía. Entonces los exámenes se llamaban "de selectividad", no de "acceso". O sea que esas pruebas todavía seleccionaban y excluían analfabetos funcionales. La nota media me bajó a seis y pico aunque lucía un expediente de sobresaliente en COU, calificación de instituto público. Empecé Filología por las mañanas y Derecho por las tardes (leyes, para complacer a mi padre, que no veía claro lo de ganarse la vida estudiando literatura). Tuve algunos buenos profesores y otros pésimos, contrarios al régimen pero dictadores de apuntes, enchufados en la profesión por los tíos o por los padres. Sufrí muchas huelgas de estudiantes y de penenes (profes no numerarios), pero no me sumé a ninguna, aunque fui elegido delegado de curso y me afilié a un sindicato clandestino de estudiantes. Creo que desde entonces estoy en alguna lista negra. 

Al menos Granada ofrecía vida cultural buena y barata, verbigracia en el Cineclub don Bosco de la Plaza del Triunfo, a cargo de un salesiano, cinéfilo erudito que luego colgó los hábitos porque se enamoró de una secretaria. Hacía mucho frío en aquella sala, pero los cuatro o cinco frikis que no fallábamos ni entresemana nos abrigábamos como esquimales en aquel cocherón, para digerir con provecho los bien elegidos ciclos de cine en blanco y negro: realismo italiano, expresionismo alemán, del surrealista Buñuel, del existencialismo de Bergman, etc. Aún recuerdo la impresión que me causó el cine del primer Fellini o de John Ford, la belleza serena de Anouk Aimée o las misteriosas y trágicas ojeras de Anna Magnani.

La verdad es que 1975 fue un año raro, especial, crítico (¿no lo son casi todos?). Contaban que una polilla en Almuñecar trabajaba de noche las ropas de los turistas ingleses dejándoles inscripciones patrióticas como "Gibraltar español". Un chacinero navarro se empeñó en meter un cerdo entero vivo en un chorizo (casi lo consigue) y un pato francés cuyo hígado estaba destinado a fuagrás cruzó los Pirineos y pidió asilo político. En la playa de Santander arenizó un besugo gigantesco al que se hospitalizó para comprobar que había perdido la memoria y sólo era capaz de cantar el estribillo de "Suspiros de España".

Por supuesto 1975, proclamado Año internacional de la mujer, fue tan exclusivo como lo es cualquier otro, ya que los años no tienen costumbre de repetirse, pero hay que reconocer esas señales extrañas que preludian catástrofe o cambio revolucionario, un acontecimiento significativo o una transición política salpicada de atentados pero relativamente exitosa. Todo el mundo sabe que en noviembre el dictador la cagó con flecos. Pero unos meses antes, en la Alcarria, un innovador ganadero consiguió un cebú a partir del cruce de un buey alcarreño y una vaca jorobada de Jaén, y en Valladolid nació un loro bilingüe con dos picos: uno para hablar español y otro para hablar francés. Eso sucedió en la casa de un reputado capador de codornices.

Todo esto lo supe mucho después por las crónicas que publicó, cuando el celo de la censura ya declinaba, Manolo V el Empecinado. En otro orden de cosas, más naturalista y menos simbólico, ese mismo año Margarita Thatcher fue elegida presidenta del partido conservador británico; murió Onassis dejando una fortuna de quinientos millones de dólares más o menos, y se mató Graham Hill pilotando un avión cerca de Londres. La nave usamericana Apolo se acopló con la Soyuz soviética y Gran Bretaña votó sí a su continuación en la CEE (70% a favor). 

Como siempre, cosas buenas se mezclan con otras malas. En Alemania procesaron a los terroristas de la banda Baader-Meinhof. Adolfo Suárez fue nombrado vicesecretario general del Movimiento y en septiembre fueron ejecutados tres miembros del FRAP y dos de ETA, últimas penas de muerte consumadas. Hassan II se aprovecha de la debilidad del régimen y convoca La Marcha Verde sobre el Sahara que casi llegó al campo minado, a cinco kilómetros de la frontera militar española. Cuando sonaban los peores presagios, España se retira y deja a los saharauis desamparados, a su suerte. Un adolescente asesina a Passolini y el 22 de noviembre jura Juan Carlos I como rey de España.

Anegado en lágrimas, el presidente Arias Navarro comunicó la noticia y miles de españoles desfilaron ante el féretro. Ahora, nadie fue franquista. Cuando murió el Caudillo mucha gente tenía miedo. Por todas partes, silencio espeso. Mi amigo Jaime y yo, no teníamos miedo, porque éramos jóvenes e inconscientes. El luto oficial era una oportunidad para descorchar la botella de champán que Jaime (¡que en paz descanse!) guardaba en un armario del cuarto del colegio de curas en el que se hospedaba y ocasión divina para volver al pueblo y saborear los calientes de madre.

¡Imprevistas vacaciones! Hicimos un cartel que guardé durante muchos años con la dirección: "A XXXXX". Eran otros tiempos, no corrían pandemias y la gente montaba mochileros. Llegamos pronto a nuestros hogares. Y es que, como dice Anita Fin, @anitaalfin: 

"No se trata de tener mil sitios donde ir, sino de tener uno donde volver".