jueves, 31 de julio de 2025

REDENCIÓN DOLOROSA

 


A mi amigo Rafael Guardiola, porque sabe del dolor

El Inquisidor ya no podía soportar el pesado fardo de su mala conciencia. Habían quemado a aquel pobre hombre por su culpa. A aquel "iluminado" que dejaba mujer y tres hijos de corta edad. ¿Qué sabía él, qué sabía el hereje, qué sabía nadie del misterio de la Santísima Trinidad? ¿Si sería antes el Padre o antes el Espíritu, si Cristo era medio Dios o medio Hombre? ¿Qué podía conocer la criatura mortal y finita de lo eterno e infinito?

Sólo estaba clara una cosa: la Tierra, este Valle de lágrimas, es el Infierno y escenario del Mal y él no había hecho sino ejercer de demonio en esta inmensa caldera en la que arden en pasiones todos los vivientes, en este teatro al que han sido condenados a bullir y hervir náufragos en la salsa de sus vicios pasados y presentes.

Lacerado por terribles dolores de conciencia que le atormentaban sin descanso, arrepentido de la temeridad de sus juicios y acosado por las dudas, veía el monje, una y otra vez, la cara desesperada de aquel pobre infeliz mientras era conducido a la hoguera, el hedor de su carne quemada. Sus gritos le desvelaban todas las noches.

No sabía si sería suficiente la expiación que se proponía, si el dolor que padecería y la minusvalía que arrastraría hasta la muerte le redimiría de aquel voto que había emitido contra el alma del pobre hereje sin reflexión, arrastrado por la crueldad dogmática de sus colegas. Un voto decisivo, el suyo, pues había decidido su horrible condena a morir ardiendo...

Estaba decidido. Puso la mano izquierda sobre el gran taco de madera de olmo que le servía de mesa en su celda y cogió el hacha bien afilada con la mano diestra... Un golpe seco bastó: la otra mano saltó al suelo chorreando sangre. 

No sintió ningún dolor, pero sí, con todo, un enorme alivio. El dolor vendría después, como bendición del inquisidor maldito y misericordioso castigo del Ser Supremo.