martes, 19 de agosto de 2025

ORENCIO, guitarrista manco

 


Siendo nene, a Orencio de Chuldenia le comió un cerdo la mano derecha. Sucedió en un descuido de su abuela sorda, que se hallaba al cuidado de la criatura mientras su madre trabajaba en la caja de una Gran Superficie. La abuela no superó aquel disgusto, perdió el apetito, solicitó eutanasia asistida, mas no la necesitó porque se consumió en dos semanas. Así pues, Orencio quedó manco con ocho años y sujeto a miradas indecorosas por parte de sus condiscípulos y a insolidarios morbos de otros tunantes en la ludoteca del pueblo. 

Tres días antes del desdichado episodio del cerdo, al que criaban con restos de comida para suplemento invernal de proteínas, su padre Indalecio, apodado el Tierno, diverso funcional pues era cojo y herniado con minusvalía reconocida del setenta y cinco por ciento, le había regalado una guitarra española con los beneficios de la comisión del dos por ciento por los cupones que vendía en las cocheras de la Gran Superficie, la misma en que trabajaba de cajera y, a veces, de repositora cuando el mercado lo exigía, su amada esposa. 

Mientras la médico le cosía el muñón a Orencio con habilidad de Coco Chanel y pericia de Atenea, el chico, valiente, ni gemía ni lloraba ni se quejaba, para sorpresa de todas... Se acordaba de la guitarra que su querido padre, con infinita ternura, había puesto a los pies de su cama mientras dormía, en celebración de su cumpleaños, para que la descubriese por la mañana y se conmoviese, rebosante su tierno corazón de amor filial. Indalecio había adornado el clavijero con cintas de colores. 

"¡No llores!", le decía Orencio a su padre, mientras le arreglaban lo mejor que podían el muñón de la muñeca, "con la mano que me queda pisaré la cuerdas en el traste y con los dedos del pie derecho las pulsaré y las haré cantar". Y, en efecto, Orencio ensayó durante un lustro las canciones del verano, tocando con el pie derecho y la mano que le quedaba, hasta que consiguió interpretarlas y entonarlas mejor que nadie...

A la playa nos vamos,
morena, tan acalorados.
Tumbados en la arena
nos besamos, nena.

Entre medusas
mientras nos bañamos
mi brazo acusas:
¡y méntula no rehusas!

Ganó popularidad y por tanto crédito, así que pudo comprar prótesis de titanio para mano derecha, pero no la necesitaba, ¡tal era la habilidad digital que había desarrollado en su pie super diestro!, sobre todo en du dedo gordo. Por lo pagano, en las fallas de Valencia, en la feria de Sevilla y en los sanfermines de Pamplona, triunfó Orencio. Y por lo sagrado, en el Monasterio de Silos, intimó nuestro guitarrista manco con el monje portero que lo quiso adoptar allí como salmista, porque los frailes no se cansaban de oírle cantar. Pero Orencio quería ver mundo y abandonó Silos, aunque los monjes le escanciaban vino dulce de uva moscatel en el refectorio y le dejaban salir del monasterio hasta bien entrada la madrugada.

Se dejó corta barba y la guía del lado izquierdo la llevaba en la oreja y la sujetaba allí con un prendedor de piedra preciosa regalo de una viuda admiradora, señora de posibles, dueña, entre otros pagos, de un gran campo de cerezas donde las criaba amarillas con rubor rosado (Rainier) y bicolores de origen alemán (Napoleón).

La dama, que no era muda ni pacata, le tiró los tejos dedicándole a Orencio largos poemas de amor subidos de tono, más que sugerentes, excitantes, pringosos y carnales, pero Orencio no quería emparejar tan pronto ni tan lejos de su pueblecito levantino -que no levantisco- en el que se cocinaban lentos arroces de toma pan y moja en rústicas trébedes sobre ascuas dispuestas en la arena playera de Chuldenia.

Alficoz de Sartorio

No obstante, antes de cumplir treinta y cinco emparentó políticamente con Sartorio el hortelano más prestigioso de Chuldenia, que cultivaba alficoces, que son como melones con sabor a pepino largos como serpientes (cucumis melo flexuosus), higos con caviar víspedo y moras con sabor a clementina cristiana. El día de San Lorenzo, que torraba, Orencio juró ante el altar de Juno Casamentera compartir placeres y dolores, bienes e infortunios, con la hija de Sartorio, la melosa y resuelta Viviana. Sabiendo del atavismo nómada de su futuro yerno, Sartorio le cantaba: "No te vayas todavía, no te vayas todavía, no te vayas por favor, que hasta la guitarra tuya llora cuando tú te vas". Y añadía: "¡imita al perdigón en celo, querido hijo!, Viviana es fruta madura y la he dotado con solvencia; y no estás encima de un reventadero". 

En efecto, Sartorio había dotado a Viviana con la propiedad de amplias huertas levantinas próximas a la mar caliente. Y es que ya se lo temía, porque conocía a su hija... Y el hecho fue que no pasó mucho tiempo para que Orencio supiera también de qué vicios se escocía Viviana, hembra de muchas ganas. Tal vez por eso, el suegro había dotado tan prósperamente a su hija, la cual había escogido a Orencio más por su música y coplas que por su persona íntegramente pensada.

Orencio, para su gusto y sabor, tenía que tumbarse en el suelo o en una cama por tocar ciertas piezas extraordinarias. Tenía, como es lógico y perfectamente antinatural, el pie derecho tan fino y suelto como mano. Cogía las cuerdas de cobre bañado en plata con sus dedos y trinaba. Viviana agradecía el trasteo del pie en las zonas sensibles, obscuras y húmedas de sus carnes morenas.

Fue con un joven pariente de Sertorio que acudió a la boda en el pueblo levantino, alto, flaco, de piel muy blanca y cabello moreno, vestido de verde con esclavina púrpura coronada y valona de encaje, con quien adulteró Viviana, que no esperó ni semana para ponerle los cuernos a su marido Orencio, pues lo hizo a los cuatro días de la comilona nupcial en noche de plenilunio. Y de aquel forastero tuvo su primogénito que Orencio el Cojo, adaptable y distraído como fue siempre y se le esperaba, reconoció como infante propio, aunque nunca olvidó ciertas dudas, pero no era ese un mar en que se ahogase el virtuoso guitarrista manco.

Al hijo de Viviana le motejaron el Pálido levantino porque su piel era más blanca que la leche de los higos verdiscos. Orencio lo trató bien, le cobró afecto y, acordándose de las ternuras de su padre, le regaló al cumplir ocho años una guitarra española, pero no sirvió para nada porque el nene nació negado para el compás, arrítmico e inarmónico. Atesoró otros valores y acciones memorables, pero esa es otra historia.

Y es que... lo que la naturaleza no da, ni la instrucción ni el amor lo regalan. Aunque se puedan fabricar melones serpentinos con sabor pepináceo y sea posible tocar divinamente la guitarra con un pie.