El único mandamiento de cualquier ética ecológica para una economía sostenible es que nuestras costumbres no pongan en riesgo la vida de nuestros descendientes. Nos cuesta mucho comprometernos con los que tenemos delante, con el prójimo vivo, ¡así que con los que han de venir...!
Una amnesia generalizada ha enviado el baúl de los recuerdos al fondo del mar, ya no buscamos en él las raíces de nuestro presente. La conciencia histórica parece acaso una ocupación ociosa de ciertos friquis, lo que importa es el presente -repiten como gansos los Mass Media: "Consume tú, perezca el mundo". ¡Los que vengan por detrás que arreen!
Nuestros desmanes, nuestra avidez incontenible, fuerza ya a nuestros nietos, y puede que incluso a nuestros hijos, a escudriñar en nuestras basuras, buscando aquello que usamos y tiramos sin el menor escrúpulo.
Los vertederos serán dentro de menos de medio siglo una mina de recursos. En esas montañas buscarán nuestros nietos ansiosos el cadáver de una lavadora, el cuerpo de un televisor, el teclado de un ordenador, ¡los restos inmortales de un teléfono móvil!
Se calcula que cada año nos deshacemos de cuarenta millones de toneladas de chatarra, sin apenas reparar en que una tonelada de ordenadores inservibles contienen entre 200 y 300 gramos del más puro oro. Tiramos plata y cobre al contenedor, y otros metales más escasos aún, como el indio, el metal blando más usado para la producción de las pantallas táctiles y de cristal líquido (LCD). Parece ser que el indio se agotará en diez años, y entonces será rentable "repescarlo" en los vertederos. Lo mismo pasará con el manganeso que se usa en las baterías, con el tantalio, fundamental en los chips de los móviles; y hasta con el níquel, esencial para la fabricación de acero inoxidable.
Nuestros vertederos serán minas de recursos para nuestros tataranietos.