domingo, 17 de junio de 2012

Conciencia tranquila

Carlos Dívar, presidente del Consejo Superior del Poder Judicial de las Españas, bajo seria sospecha de haber gastado el dinero público en placeres privados, por fin consiente en dar explicaciones y al fin dimite. Se presenta primero ante los Media como poseedor de una "conciencia absolutamente tranquila". No cree que haya faltado ni a las normas del derecho, ni a las exigencias políticas, ni a las buenas costumbres.

Puede que lo suyo no sea de cárcel -no lo discuto-, pero sí constato que es de ridículo. Pero lo que me sorprende y da que pensar no es que el presidente del Tribunal Supremo se gaste 30.000 € del erario público en lujos y tenga a su disposición cuatro secretarias, un jefe de gabinete, otro de seguridad, hasta siete escoltas por turno, más un saco de consejeros y adláteres. En época de vacas gordas tales dispendios pueden parecer plausibles tratándose de instancias tan "superiores" y "supremas". Lo que no deja de inquietarme es esa presunción de absoluta tranquilidad de conciencia. ¡Tal conciencia satisfecha me asusta y desconcierta!


En su monumental La vida del espíritu, la filósofa Hannah Arendt alude a la hipótesis de que la "buena conciencia" sea por principio una "falsa conciencia", de que la conciencia satisfecha sea por lo general más propia de "gente malvada". No digo que Dívar sea un malvado -seguramente sus faltas de "aprovechao" ni siquiera llegen a robo, por más que puedan ser escandalosas-. Pero sí creo que es más propio de la buena gente el tener mala conciencia o, por lo menos, una conciencia perpleja, una conciencia preocupada, o sumida en un perpetuo embrollo... Como fue la de Sócrates.

¿Y no fue precisamente Sócrates el partero de la conciencia ética occidental e ilustrada? Todas las discusiones iniciadas por el Sócrates de Platón presuponen la asunción del imbécil moral que habita en cada uno de nosotros, pues nadie sabe en verdad qué es lo mejor. Ergo nadie puede estar seguro de estar obrando perfectamente, nadie puede dárselas de excelente y virtuoso. Dívar es un hombre de Dios, y debería reconocer que sólo Dios es perfecto. Todos los demás, limitados y finitos, somos pecadores.

Uno puede tener una conciencia perfectamente satisfecha si, y sólo si, no examina con suficiente rigor la conducta propia, pues la razón nos impone incondicionalmente lo perfecto (Kant). Si uno analiza su conducta con suficiente sentido crítico, uno descubre en seguida que es necesariamente imperfecto, porque siempre podría haber hecho las cosas mejor de lo que las ha realizado. Por eso, esa presunción de conciencia "absolutamente tranquila" me parece tan arrogante como ignorante. Incluso parece más culpable por darse en quien dice seguir a Cristo, pues la tradición cristiana siempre ha sostenido que es la soberbia -no la lujuria- el peor y más genuino de los pecados capitales.