El moralismo tiene entre nosotros poco éxito; lo que nos va es la sátira o el inmoralismo. Los anglosajones son perfectos para practicar el moralismo. Es el caso de C. S. Lewis, y de muchos otros autores que cultivan la épica moderna (ciencia ficción).
Además de atribuirle con fundamento un toque nihilista, le noto a la sátira un claro sesgo mediterráneo. Huele a salvia, a espliego y a romero, incluso con un toque sulfuroso, como a ruda. No puede ser de otro modo, pues, como casi todo lo "moderno", la sátira florece, cual cardo borriquero (o mariano), desde el semillero teatral de los "antiguos" griegos. (La paradoja de que todo lo moderno se lo debemos a los griegos antiguos se la debo a Oscar Wilde, cuyo genio para la sátira tuvo mucho de jovial y mediterráneo, ¡hasta que se asomó al abismo de sus propias debilidades!).
Sátiros y Silenos formaban el coro de la tragedia antigua. Hacia el V antes de Cristo el coro comentaba la acción principal, burlándose eventualmente de sus protagonistas con carantoñas, pantomimas, parodias y hasta insultos, como hace Pérez Reverte en muchos de sus artículos satíricos (en alguno incluso se permite insultar al lector-espectador, mientras éste aplaude). El gusto por el vino, su promiscuidad sexual y el carácter festivo y desenfadado de la figura de los sátiros, cuyo nombre prestó a esos "comentarios satíricos" del coro trágico, los alejan obviamente del moralismo didáctico.
No deja de ser paradójico que fuesen los filósofos cínicos -tan sobrios- quienes restaurasen y diesen esplendor romano al género satírico. Hace lustros disfruté con algunos de los Diálogos de los muertos de Luciano de Samosata. Los cínicos dieron lustre a un arma satírica poderosa: la diatriba, un tipo de discurso violento que censura sin compasión todas las debilidades humanas. Los primeros predicadores cristianos sacaron partido de los recursos de la diatriba en sus homilías. Se suele atribuir a nuestro Séneca cordobés una desmesurada y vengativa sátira contra Claudio: Apoloquintosis, en la que el emperador tartaja se transforma en calabaza. Marco Valerio Marcial (40-104), latino nacido en Bílbilis (actual Calatayud), invirtió su genio poético en las sátiras que recordará con provecho e ingenio sin igual Baltasar Gracián.
La sátira incluye, desde luego, la denuncia y censura de los vicios y malas costumbres de la sociedad. Puede que se acredite por una tácita intención moralista, presuponiéndose que busca su mejora. Pero ese ataque a la realidad triste de nuestros defectos suele tener un verdadero propósito festivo, incluso narcisista, y ante todo burlesco: ridiculizar a los satirizados. Por eso, más que usar la ironía, la sátira abusa del sarcasmo y la hipérbole. La ironía puede ser constructiva; el sarcasmo no lo es tanto. Un genio de la ironía fue su inventor, Sócrates, pero también Voltaire, más moralista que satírico, aunque en alguno de sus cuentos salte con genio simpar la frontera de ambas especies: del moralismo a la sátira, y de la sátira al moralismo.El satírico, al contrario que el moralista, no aspira tanto a la claridad, sino a la agudeza, el picante, la mordacidad...
Un maestro de la sátira gráfica de nuestros días es Andrés Rábago, El Roto, al que sigo desde sus tiempos de La Codorniz, Hermano Lobo, Ajoblanco..., cuando firmaba sus dibujos "Ops". Le estoy agradecido porque cedió gratuitamente algunas de sus obras para la ilustración de un número de la revista Alfa (Asociación andaluza de filosofía), siendo un servidor su codirector. Intercambié con él un par de correos electrónicos entonces. Es un tipo sencillo y amable...
Sátira de la Internet: "Ya tenemos a todos en la Red, preparados para izarla", dice uno de esos personajes cincuentones, poderosos y malvados, con exceso de peso y vestimenta convencional y anticuada... La sátira tiene una intención de crítica dura, y hasta utópica -al menos para El Roto-. Aunque, al contrario que al moralismo didáctico, siempre se le puede encontrar una arista cruel y hasta maliciosa. Ese moralismo exagerado de la fábula despierta la conciencia a golpes.
Pero no es verdad que lo que se escribe o se cuelga en la Red no deje rastro -como afirma Andrés Rábago en una entrevista reciente-. Y ese es justamente el problema para muchos adolescentes ingenuos, que desnudan su alma -y a veces sus cuerpos- a la luz de esas candilejas universales.