jueves, 12 de diciembre de 2019

EL CID Y EL CONDE DE BARCELONA


El Cid vence, apresa y libera al conde de Barcelona

 Cantó el juglar que el hijodalgo Rodrigo Díaz de Vivar fue desterrado de Castilla por haber puesto en duda la inocencia del rey Alfonso VI de León respecto al asesinato de su hermano mayor Sancho (Jura de Santa Gadea), y por haber vencido a García Ordóñez en Cabra, amparando al rey moro de Sevilla, Almutamiz, vasallo del rey de Castilla, donde le arranca a García un mechón de las barbas. Volvió Rodrigo al rey con las parias y la satisfacción del rey con Rodrigo fue causa de que le salieran muchos envidiosos.

Tras acampar cerca de Burgos y conseguir, gracias a la astucia de Martín Antolínez, un préstamo de los judíos burgaleses Raquel y Vidas, el Cid se despide en Cardeña de su familia, de doña Jimena y sus dos hijas, Elvira y Sol. Se deja crecer la barba y con poco más de un centenar de jinetes cruza el puente del Arlanzón y hace noche después de pasar el Duero. Ya acampado en la frontera de Castilla cuenta trescientas lanzas, todas con pendones.


Después de ganar Castejón, ya con cuantioso botín, Mio Cid marcha a tierras de Zaragoza, dependientes del rey moro de Valencia. Toma Alcocer mediante un ardid y gana batalla campal contra Fáriz y Galve, los emires que le cercan. Manda con Minaya Álvar Fánez, su primo y brazo derecho, buenos presentes para congraciarse con el rey Alfonso. Corre tierras de Alcañiz, abandona el Poyo y saquea tierras amparadas por el conde de Barcelona, Ramón Berenguer…

El conde es muy follón / y dijo una vanidad:
“Grandes tuertos me tiene / mio Cid el de Vivar.
Dentro en mi corte / tuerto me tuvo grand:
hirióme el sobrino / y no lo enmendó más
agora córreme las tierras / que en mi amparo están
no lo desafié / ni le torné al amistad,
mas cuando él me lo busca, / ir se lo he yo demandar.”

Reúne Ramón Berenguer mucha gente mora y cristiana y dan alcance al Cid en el pinar de Tévar. El Cid le oye llegar y le manda un mensaje de paz. Repuso el conde airado que nada de paz: “¡Lo de antes de ahora / todo lo pechará!”. Como se empeña en dar batalla, el Cid manda a los suyos apretar cinchas y vestir hierros: “Ellos vienen cuesta abajo y traen calzas y las cinchas flojas; nosotros, buenas sillas gallegas y unas buenas botas sobre las calzas. Con ciento bastamos para esas mesnadas. Antes que pongan pie en el llano, den sobre ellos nuestras lanzas, y por cada uno que ensartéis, tres sillas quedarán vacías. Ahora verá Ramón Berenguer con quién ha querido medirse en los pinares de Tévar, para arrebatarle el botín”.

Vence el Cid en buena hora y apresa al conde don Ramón. Ha ganado la famosa Colada, espada que bien vale más de mil marcos. Aunque le preparan una comida suculenta, el conde hace huelga de hambre. Quiere dejarse morir, humillado por el Cid.

- ¡No he de probar bocado, por todo el oro que hay en España; antes prefiero perder el cuerpo y el alma! ¡Haberme vendido a mí estos mal calzados!Aquí hablará el Cid, bien oiréis lo que dirá:- Comed, conde, de este pan; bebed de este vino. Si así lo hacéis, os daré libertad; de lo contrario, no gozaréis de la comunicación humana en toda vuestra vida.

Se mantiene firme el conde hasta el tercer día en que el Cid le promete liberarlo con dos hidalgos próximos. Recobra el conde el ánimo mientras el Cid le explica que lo soltará pero que no le restituirá nada de lo que ha ganado en el campo: “No tengo más remedio que ir tomando lo que necesito, hoy de vos y mañana de otros; y así seguiremos en tanto Dios no disponga otra cosa, como conviene al que ha caído en la ira del rey y lo han echado de su tierra”. Por fin el conde se anima, solicita un aguamanos y se pone a devorar con un apetito que da envidia junto a los dos caballeros cuya libertad el Cid otorga. A su lado, “el que en buena hora nació” los contempla y dice con sorna:

- Mirad, conde, que si no coméis y a mi satisfacción, aquí os quedáis a vivir conmigo y no nos separaremos más…

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Acaba el conde agradeciendo el convite, desde el día que fue nombrado conde no yantó tan de buen grado; no olvidará el sabor de estas viandas. Tres palafrenes les ensillan, les traen buenas vestiduras, pellizas y mantos. El conde don Ramón se coloca entre los dos caballeros. El castellano sale a despedirlos:

“- Ya os marcháis, conde, libre y franco. Os agradezco los bienes que me dejáis. Si acaso tuviereis antojo de vengaros y me viniereis a buscar, me haréis favor de avisármelo antes (y entonces, ya se sabe):  o me dejaréis más de lo vuestro, u os llevaréis algo de lo mío.
- Podéis quedaros tranquilo, Cid; bien libre estáis de eso. Cuanto que os he pagado el tributo para todo un año. Y en cuanto a venir a buscaros otra vez, ¡ni pensarlo!”

Marcha el conde receloso, volviendo la cabeza de tiempo en tiempo, temiendo que el Cid se arrepienta, cosa que don Rodrigo jamás haría ni por todo el oro del mundo, pues en su vida cometió deslealtad ninguna.


Bibliografía

Poema del Cid. Cantar primero, según texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal y prosificación moderna hecha por Alfonso Reyes. He corregido ligeramente la ortografía del poema antiguo (h. 1140) y respetado la versión de Reyes. Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid, 1973 (24ª ed.).