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Flor de pimiento, 1 Noviembre 2020 |
Estaban hartos, las raíces, los tallos, hasta las hojas, fastidiados y cansados de
que los ningunearan. “¡Me importa un rábano! ¡Me importa un pimiento! ¡Me
importa un pepino!...”. Por eso, los rábanos, los pimientos y los pepinos
hicieron causa común y elevaron al Ministerio de Igualdad un largo alegato para
que dichas expresiones ultrajantes y discriminatorias fueran comprendidas como
expresiones de odio y perseguidas como odiosas por el derecho penal.
Los rábanos occidentales, padres filogenéticos de todos los
demás, invocaron a sus parientes japoneses, los famosos descendientes del honradísimo
daikon, que son parte esencial de la
culinaria del Imperio del Sol Naciente, aderezo del sushi y de la hamburguesa nipona.
También apelaron al gigantesco pariente chino, el inmaculado mooli, que se
solidarizó enseguida con su causa.
Por su parte, los pepinos decidieron que el amargor de sus
culos se extendiera también a sus cuerpos porque ya la acritud les embargaba sus cabezas. No contentos con ello, endurecieron y fortalecieron sus semillas y
–como los rabanetes- empezaron a escaparse de las huertas para
invadir cunetas, baldíos, sembrados y montes, una pizca de tierra y humedad les
resultaban ahora suficiente para crecer como especies invasivas por todo el
orbe, menos en la Antártida. Los bosques desprendían en otoño olores
rafanoides, no ya por su abundancia en setas, sino por su olor a rábanos.
Muchos pájaros, no sólo los canarios cuyo gusto por las hojas del rábano es proverbial, se alegraron, medraron y se multiplicaron porque amaban
y comían con gusto sus hojas, sin pretender como los tontos coger el rábano por
ellas.
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Estambres de flor de pimiento y pulgón |
En cuanto a los pimientos, todas sus especies y subespecies decidieron
evolucionar hasta convertirse en guindillas picantísimas. Como rabiaban por el ninguneo de las expresiones desconsideradas, también ahora hacían rabiar a cualquier comensal incauto. No había bicho bípedo
ni hexápodo que se atreviera con ellas.
Las tres especies llamaron igualmente en su ayuda a los
cominos, apiáceas discretísimas. A pimientos, rábanos y pepinos ¡sí les importaban los cominos!, más que muchas otras cosas que pululan sobrevaloradas por el mundo, grandes y vanas. Como se
sabe, los cominos constituyen el núcleo básico de los policromáticos mojos
canarios. Por su parte, los cominos incluyeron en el manifiesto de protesta un
honroso evento histórico contra la nefasta expresión “¡me importa un comino!”…
“El mejor perfume –escribieron- se vende en tarros pequeños.
Nuestros granos son pequeños, cierto, pero cuanto más chica, más fina es la
sardina. ¡No seremos tan poco importantes cuando el emperador Carlomagno ordenó
que en sus reales huertas cultivasen el Cuminum
cyminum! No sólo somos un excelente carminativo y sedante, sino que está
probado que en infusión nuestras semillas acrecientan la leche de las madres.
Ya el Talmud babilónico nos mienta
como cicatrizantes. ¡Qué sería de la morcilla de Burgos o de Aranda sin nuestro
aroma! ¡Qué del moje del Cocido madrileño, del gazpacho andaluz, de las berenjenas
de Almagro, del adobo del cazón o de las papas manchegas en caldillo!
El alegato de protesta con ecuánimes exigencias de cominos,
pepinos, rábanos y pimientos ha sido editado por una famosa editorial y los
derechos de sus autores pagan una intensa y extensa campaña de divulgación para
disuadir al público de utilizar sus nombres como paradigma de lo insignificante,
despreciable, insustancial o baladí. "Lo pequeño es hermoso", repiten los cominos como lema y consigna de combate.
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Rebelión rafanoide, JBL, acuarela, 2021 |
Mojigangas y pamplinas, o sea este blog, se solidariza gratis
con dicha campaña, advirtiendo que jamás ha pretendido con la intención de su
título (ni con la primera, ni con la segunda ni con la tercera intención de sus
dos autores) difamar a las vegetales pamplinas ni desacreditar el oficio de
mimos y comediantes.