jueves, 7 de enero de 2021

REBELIÓN RAFANOIDE

 

Flor de pimiento, 1 Noviembre 2020

Estaban hartos, las raíces, los tallos, hasta las hojas, fastidiados y cansados de que los ningunearan. “¡Me importa un rábano! ¡Me importa un pimiento! ¡Me importa un pepino!...”. Por eso, los rábanos, los pimientos y los pepinos hicieron causa común y elevaron al Ministerio de Igualdad un largo alegato para que dichas expresiones ultrajantes y discriminatorias fueran comprendidas como expresiones de odio y perseguidas como odiosas por el derecho penal.

Los rábanos occidentales, padres filogenéticos de todos los demás, invocaron a sus parientes japoneses, los famosos descendientes del honradísimo daikon, que son parte esencial de la culinaria del Imperio del Sol Naciente, aderezo del sushi y de la hamburguesa nipona. También apelaron al gigantesco pariente chino, el inmaculado mooli, que se solidarizó enseguida con su causa.

Por su parte, los pepinos decidieron que el amargor de sus culos se extendiera también a sus cuerpos porque ya la acritud les embargaba sus cabezas. No contentos con ello, endurecieron y fortalecieron sus semillas y –como los rabanetes- empezaron a escaparse de las huertas para invadir cunetas, baldíos, sembrados y montes, una pizca de tierra y humedad les resultaban ahora suficiente para crecer como especies invasivas por todo el orbe, menos en la Antártida. Los bosques desprendían en otoño olores rafanoides, no ya por su abundancia en setas, sino por su olor a rábanos. Muchos pájaros, no sólo los canarios cuyo gusto por las hojas del rábano es proverbial, se alegraron, medraron y se multiplicaron porque amaban y comían con gusto sus hojas, sin pretender como los tontos coger el rábano por ellas.

Estambres de flor de pimiento y pulgón

En cuanto a los pimientos, todas sus especies y subespecies decidieron evolucionar hasta convertirse en guindillas picantísimas. Como rabiaban por el ninguneo de las expresiones desconsideradas, también ahora hacían rabiar a cualquier comensal incauto. No había bicho bípedo ni hexápodo que se atreviera con ellas.

Las tres especies llamaron igualmente en su ayuda a los cominos, apiáceas discretísimas. A pimientos, rábanos y pepinos ¡sí les importaban los cominos!, más que muchas otras cosas que pululan sobrevaloradas por el mundo, grandes y vanas. Como se sabe, los cominos constituyen el núcleo básico de los policromáticos mojos canarios. Por su parte, los cominos incluyeron en el manifiesto de protesta un honroso evento histórico contra la nefasta expresión “¡me importa un comino!”…

“El mejor perfume –escribieron- se vende en tarros pequeños. Nuestros granos son pequeños, cierto, pero cuanto más chica, más fina es la sardina. ¡No seremos tan poco importantes cuando el emperador Carlomagno ordenó que en sus reales huertas cultivasen el Cuminum cyminum! No sólo somos un excelente carminativo y sedante, sino que está probado que en infusión nuestras semillas acrecientan la leche de las madres. Ya el Talmud babilónico nos mienta como cicatrizantes. ¡Qué sería de la morcilla de Burgos o de Aranda sin nuestro aroma! ¡Qué del moje del Cocido madrileño, del gazpacho andaluz, de las berenjenas de Almagro, del adobo del cazón o de las papas manchegas en caldillo!

El alegato de protesta con ecuánimes exigencias de cominos, pepinos, rábanos y pimientos ha sido editado por una famosa editorial y los derechos de sus autores pagan una intensa y extensa campaña de divulgación para disuadir al público de utilizar sus nombres como paradigma de lo insignificante, despreciable, insustancial o baladí. "Lo pequeño es hermoso", repiten los cominos como lema y consigna de combate.

Rebelión rafanoide, JBL, acuarela, 2021

Mojigangas y pamplinas, o sea este blog, se solidariza gratis con dicha campaña, advirtiendo que jamás ha pretendido con la intención de su título (ni con la primera, ni con la segunda ni con la tercera intención de sus dos autores) difamar a las vegetales pamplinas ni desacreditar el oficio de mimos y comediantes.