domingo, 4 de septiembre de 2022

ZERCONE, BUFÓN DE LOS HUNOS

 



Unamuno popularizó el término intrahistoria para referir a la vida tradicional frente a la historia aparente. Si asimilamos la historiografía (crónicas y relatos que cuentan o imaginan lo que sucedió con más menos verosimilitud y fundamento) a la prensa periódica, intrahistoria sería lo que acaeciendo realmente no publican ni periódicos ni revistas. Así, contrasta la "historia oficial" con su galería de héroes, ídolos y gigantones poderosos, con el pasado real en el que, muchas veces, el poder no está en el trono, ni en las máscaras televisivas, sino que se cuece en las celosías de los confesionarios o tras los velos del gineceo o en el lecho rústico de la tienda del bárbaro, o en la cafetería y la discoteca… 

Unas veces se olvidan sus nombres, raramente siguen sonando y es muy difícil que se conserven escritos. Este el caso de Zercone, bufón de los Hunos.

Hacia el 433 de nuestra era, Rúa, rey de los hunos, había llegado con sus hordas mongolas hasta el corazón de Hungría. A su muerte deja en el trono dos sobrimos: Bleda y Atila. Este emparejamiento de caudillos era frecuente en este pueblo ecuestre y errabundo. A orillas del Danubio estos bárbaros llegados de Asia como el azote de una tempestad, ya en contacto con el Limes romano ralentizan su impulso saqueador. Han arrastrado en sus correrías europeas los restos de pueblos germánicos sometidos: alamanes, seiros, rugios, gépidos y godos..., estos más numerosos que los mismo hunos, pueblos que ya sólo en parte comparten el nomadismo, pues habiendo aprendido algunas nociones de agricultura prefieren la cabaña antes que la tienda y la grupa del caballo.

Los hunos establecieron capital en Aetzelburg, cerca de la actual Budapest, que debía ser un pintoresco poblado políglota donde los mongoles bajitos y feroces, de piel amarilla y ojos rasgados, pómulos prominentes y cuerpos tostados, se codeaban con príncipes y generales germanos altos, rubios, de ojos azules y piel rosada.

Atila y Bleda eran muy diferentes. El único recuerdo que ha dejado Bleda fue su afecto obsesivo por un siervo o esclavo, un enano negro: Zercone, regalo no sabemos de quién ni por qué, que lo divertía como un juguete entretiene a un chiquillo ignorante y caprichoso. Con Zercone pasaba la mayor parte de su tiempo. Una vez que Zercone huyó. Bleda mandó en su busca a medio ejército. Cuando se lo devolvieron encadenado, Bleda le preguntó por qué lo había abandonado y Zercone respondió que buscaba a una mujer y no la encontraba entre los hunos. Bleda se echó a reír, llamó a una damita de la corte y la obligó a casarse con el pequeño monstruo.

Cuando Atila suprimió a Bleda (si creemos a Prisco) hacia el año 444, envió a Zercone como regalo al general romano Aecio (sin duda quería quitárselo de en medio). Pero no sabemos cómo, el ingenioso enano se escapó y regresó a Aetzelburg exigiendo que se le restituyera su mujer. Aunque el terrorífico y avaricioso Atila no le hizo caso, allí permaneció el rigoletto voluntariamente, ejerciendo como bufón en fiestas y banquetes.

¿Qué influencia puede ejercer un bufón en las peleas de los pueblos y las vidas de los imperios y naciones? Qui lo sá? Pero seguro que es alguna. Más que la calavera de Yorick, el bufón danés cuya única aparición en la tragedia de Shakespeare se reduce a su cráneo pelado. También sabemos que Yorick ejerció un papel importante en la educación del joven Hamlet, que lo describe a su amigo Horacio como un tipo de infinita guasa y excelentísima fantasía mientras medita sobre la vanidad de la vida acariciando su calavera descarnada.