jueves, 9 de febrero de 2023

DRACONOLOGÍA PROBABILÍSTICA

 

Paolo Uccello. San Jorge y el dragón, 1470.
Temple sobre madera, National Gallery.


- ¿Cuándo, entonces -preguntó Sócrates-, 
el alma aprehende la verdad? 
Porque cuando intenta examinar algo 
en compañía del cuerpo, 
está claro que entonces es engañada por él.
- Dices verdad.
-¿No es, pues, al reflexionar (λογíζεσθαι) 
más que en ningún otro momento, 
cuando se le hace evidente algo de lo real?
(Platón. Fedón 65b-c)


En su Ciberiada, Estanislao Lem visitó un mundo -y luego todo un sistema solar- obsesionado con los dragones. No se trataba de un pueblo atrasado ni medieval, sino de una nación en paz perpetua con una gran cultura muy avanzada en cibernética, biotecnología y geometría no euclidiana del espacio pseudovacío. 

Evidentemente, los dragones no existen, constatación simplista que puede satisfacer a una mentalidad primaria, pero no a una mente científica, y mucho menos a un espíritu filosófico. Ya el genial lógico y matemático Gottlob Frege (1848-1925), padre de la filosofía analítica, dotó de total objetividad al modo de referir de las palabras, a su sentido (Sinn) o intensión, incluso si esos nombres carecen, aquí y ahora (hic et nunc, en este espacio y este tiempo) de referencia existencial o de significado extensivo (Bedeutung), el modo de referir intensivo es perfectamente legítimo, aunque no esté por el momento sustancialmente saturado. Este es el caso de palabras o expresiones como centauro, cero, raíz-cuadrada-de-dos, sirena, esfinge, etc.

¿Acaso carece de sentido el principio de identidad (A = A), tan imprescindible en la práctica (praxis) como en la técnica y en el arte (techné) ? Podemos decir que carece de significado ¡pero no de sentido! 

La Identidad carece de significado existencial por, al menos, tres razones: 1) Porque nada en el universo se conserva estable ni idéntico a sí mismo, ya que toda entidad contingente se mueve en dinámica y continua evolución, como el río de Heráclito; 2) Dado que el Continuo no está hecho de puntos, la película de la realidad no puede descomponerse en fotogramas; y 3) Porque "jamás en el mundo se da una semejanza perfecta", según el principio de los indiscernibles de Leibniz. O sea que la ley de los iguales no es más que un caso especialísimo de la Ley de los desiguales

Por consiguiente, tales nombres como el de "dragón" son objetivos aunque no refieran por el momento a seres reales o, digamos, resulten de problemática existencialidad, como, por otra parte, sucede también con "Dios", "Libertad", "Felicidad", "Verdad" o "Justicia".

Así pues, los sabios de la Escuela de Neántica no se ocupaban sólo de lo existente, no pensaban que la imperfecta banalidad y contingencia de la existencia mereciese una atención racional y circunspecta permanente, necesaria o propiamente científica. Se habían entregado a una segunda singladura (deúteros ploûs), una vez satisfechas sus urgencias existenciales: de abrigo, alimentación, salud y reproducción. Podemos decir que navegaban a la búsqueda del sentido. Peregrinación, contemplación, o sea theoría, y luego aplicación, es decir praxis, techné, artes constructivas, pues sabían que "todos los posibles exigen existir". 

O también: los ingenieros de Neántica sostenían que reducir la inteligencia a la comprensión y explicación de lo existente es tan reductivo como inadecuado, pues el mundo de los posibles es, no sólo más vasto, sino también más interesante que el de los existentes, tan expuestos como están a la obsolescencia, la decadencia termodinámica y la muerte. 

De modo que en dicha escuela se desarrolló con éxito y durante varias generaciones la Draconología. Sus estudiosos descubrieron por métodos exactos tres clases distintas de dragones posibles: los iguales a cero o cerontes, los imaginarios o imaginontes y los negativos o negontes. Ningunos de los tres existían (todavía), pero cada clase insiste de manera completamente distinta y -por decirlo filosóficamente-, son en cualquier caso dragones posibles (posibilontes) y -como toda esencia virtual- pugnan por su existencia, pero de modo muy diferente. Curiosamente, por ejemplo, si se herboriza a dos negontes se obtiene un infradragón en cantidad 0,6 aproximadamente, cifra que expresa su esencia o grado de posibilidad y perfección.

La Draconología Probabilística se desarrolló en la Escuela de Neántica hasta el punto de llegarse a la conclusión de que los dragones sustanciales son termodinámicamente imposibles sólo en sentido estadístico, como elfos, hadas, sirenas y duendes, pero en absoluto insiste -ni puede darse- en el más allá o más acá un dragón incomposible, en el sentido de que una bestia a la que podamos llamar objetivamente dragón sea incompatible con todos y cada uno de los mundos posibles. Es decir, los dragones no existen, pero podrían existir, aunque no en un mundo cualquiera, sino como esencias dinámicas en busca de su perfección, en armonía con un ordenamiento espacio-temporal propicio, acogedor y, por decirlo con un neologismo poético: en un ámbito draconófilo

Se precisó que para presenciar la manifestación espontánea de un dragón habría que esperar quintocuatrillones de heptillones de años, ¡tiempo enorme!, pero menos del que requeriría la aparición del gnomo o el duende, y poca cosa en comparación con la eternidad. Impacientes por dotar de presencia y figura a esta entelequia dragonil que ya amaban desesperadamente, los ingenieros de Neántica inventaron un amplificador de probabilidad que se implementó en un dragotrón, esto es: una máquina de diseño prototípico y producción paradigmática de dragones. 

La clave del procesador dragotrón consistía en hacer pasar a la criatura sintética desde el espacio configurativo de geometría no euclídea al espacio real, o digamos existencial, tridimensional, aprovechando la vitalidad creadora del vacío, cribando, eso sí, las micropartículas y microcargas con un filtro de antimateria, porque 'ex nihilo nihil fieri cogitare possit' y, como se sabe, materia y antimateria se reducen a nada (0)


Nos cuesta pensar el proceso, porque no todo lo inteligible resulta imaginable, pero piénsese en que los electrones se mueven precisamente en ese espacio que hemos llamado "configurativo", dependiendo su suerte fundamentalmente de lo que llamamos "ondas de probabilidad". Por supuesto, es preferible posibilitar elfos rubios o positivizar en realidad hadas buenas y bellas, antes que existencializar bestias dragonoides, puesto que difícilmente podemos creer que las hadas quieran chamuscarnos o puedan comerse a nadie.

El caso es que la Escuela de Neántica llevaba ya mucho camino recorrido como para cambiar la Draconología probabilística por la Elficología, una de cuyas ramas, la Feericología, se ocupa, precisamente, del estudio, producción y reproducción de hadas. (La Elficología fue popularizada por Pierre Dubois y no sólo estudia a las hadas, sino también a otra gente pequeña como elfos, trolls, duendes, etc.)... Soslayemos lo feérico, y centrémonos en lo dracónico, la Escuela de Neántica halló la unidad llamada dracónido, imprescindible para calibrar el contador de dragón: dragonómetro.

Puesto que la inteligencia se desvive por ir más allá de lo condicionado, nadie pudo evitar que en la Escuela de Neántica se especulara más allá de lo positivo y empírico, sobre estos decisivos descubrimientos y técnicas, incluso retrospectivamente, usando ilegítimamente la Razón pura para dilucidar la virtualidad de un dragón-vampiro, rascando en la etimología de "Drá-cula", ni que se perdiesen algunas mentes en digresiones meditabundas sobre el espectro discontinuo del Basilisco. Esto sucedió después del descubrimiento de las fluctuaciones paradójicas de la estadística aplicada a los espacios configurativos polidimensionales y multivérsicos, pues aconteció que los dragones, al emerger desde el espacio configurativo al real parecían algunas veces múltiples a pesar de ser uno solo, otras veces resultaban con disforia de género; o se naturalizaban con dos cabezas, lo que conducía irremediablemente a bipolaridades esquizoides y a violentos altercados.

Este último hecho podrá constar en la Historia de la Ciencia como feliz serindipia o chiripa fértil, porque el famoso ciberconstructor Gerold Rascacueros inventó -aprovechando el fracaso de la bicefalia accidental y analizando la dracónica conflictiva-, creó -decimos- un trabuco anticabeza capaz de disparar y alojar en un dragón bien formado una cabecita electrónica que al momento paralizaba al bicho alado por interferencia con el cerebro sintético y luego serenaba sus impulsos (impeta), esfuerzos (nisua) y conatos (appetitua), es decir sus energías y fuerzas ínsitas para actuar y padecer, para desear y percibir, reduciéndolo a un dragón sumiso o sumidraco. 

El sumidraco se mostró criatura relativamente dócil y susceptible de comercializarse como mascota de nobles damiselas con posibles, que dispongan de parques o jardines donde hospedar a un dragón que sigue siendo animal XXL, que no come cualquier cosa y que requiere cuidadores especializados y amaestradores si se ambiciona enseñarle a hablar o a piruetear en el aire para impresionar a invitados y amigos. Los ingenieros del dragotrón se inspiraron en cuadros antiguos, como el de Uccello que adorna esta crónica, para diseñar a estas simpáticas criaturas y prefigurar su capacidad primera de recepción monádica (πρῶτον δεκτικόν).

Por desgracia, algunos dragones sintéticos, ya más o menos enanecidos y binarios (a voluntad del consumidor), se escaparon, se colaron como polizones o viajaron como mascotas en naves interestelares y acabaron asilvestrados en planetas poco habitados, cuyos nativos y aborígenes, aún hundidos en la superstición de edades obscuras, les trataban como almas impuras, creyendo que les habían caído del cielo cual castigo divino. A cambio de que no se comieran a personas o estropearan sembrados y obras civiles, les ofrecían siete doncellas tiernas y siete efebos imberbes cada año, de los que el dragón cimarrón abusaba cuanto podía para devolverlos -¡eso cuando los devolvía!- sucios y famélicos. 

¡Menos mal que Gerold Rascacueros inventó también el Desposibilizador dragonicida! No obstante, su uso resultaba tan complejo como peligroso. 

En el reino mediavalizante y neófobo de Archivaldo Odelario, la hija del rey, Frida, sufrió acoso y rapto por parte de un dragón inteligente y libertino, aunque feo y con carácter de dinosaurio engreído. Gerold probó su lanza desposibilizadora con la bestia parda, que se resistía a poner en libertad a la hermosa Frida, y causó con el arma tal tensión entre el espacio de configuración y el espacio real que empezaron a emerger del submundo y del multiverso dos Cthulhus y tres Azathothes de Lovecraft. 

¡Menos mal que Rascacueros apagó su lanza a tiempo y todo volvió a ser posible! De no hacerlo, hubiera sido peor el remedio que la enfermedad. 

Al final se impuso una solución negociada: Frida pudo volver con su papá Archivaldo a su cortesana burbuja de confort, a cambio de la promesa firmada por el director de la Escuela de Neántica de la desextinción o puesta en existencia plausible de una hembra dragona, joven, sana, limpia y consentidora.