jueves, 23 de febrero de 2023

LA ONTOLOGÍA DE NICÉFORO ARGIROTEO

 

NICÉFORO ARGIROTEO

Nicéforo Argiroteo fue el mejor ontólogo de la Galaxia del Palo de Hockey durante la decadencia del Imperio de la dinastía de los Tornasoles. Mozo todavía, escribió en la luz su obra Theofaria o Teoría General de las Deidades Aposteriorísticas. Postulaba en ella un imperativo incondicionado como mandamiento no arbitrario, sino extraído de la Razón pura en su uso ético-práctico. 

El imperativo mandaba así: Al final de todo o, por lo menos, al término de un ciclo cósmico, las civilizaciones superiores suministren, suministran o suministrarán dioses omnipotentes y bondadosos. El uso del subjuntivo en cursiva capta la posibilidad futuriza, ideal o dudosa, del cumplimiento de la orden hic et nunc, o sea, su existencialidad problemática a la vez que su imperiosa necesidad. 

La discusión sobre si esa Deidad a posteriori sería una o muchas es demasiado compleja para resumirla en esta página. Sólo añadiré que, según la sutilísima e iluminativa especulación de Nicéforo, tanto el monoteísmo como el politeísmo aposteriorísticos llevan a contradicción si se razonan en rigor y pureza sus consecuencias prácticas.

Partía el bueno de Nicéforo del hecho incontestable de que todo está material y pésimamente organizado (kosmos deficiens) desde un punto de vista físico, metafísico y moral. Físicamente porque existe el sufrimiento y el dolor; metafísicamente, por la imperfección o la privación de todo cuanto contingentemente existe; y moralmente, porque se da y es imparable el crimen y el atropello voluntario. 

Sobre todo, el mal moral es inaceptable racionalmente, es decir que haya malas personas que delinquen y -por decirlo así- salen y se van de rositas; e inocentes que sufren sin causa justificada (esto último es todavía peor que la impunidad). Por lo tanto ¡hemos de inventar jueces poderosos y justos!, ya que en la Naturaleza brillan por su ausencia y en el orden civil están aquejados de los tres males antes indicados: porque los jueces biológicos enferman físicamente son imperfectos metafísicamente y, a veces, venales, o sea juzgan con dobles y hasta triples intenciones, alguna de ellas viciosas, a veces.

Por desgracia, la Theofaria, cuya edición digital fue costeada por su autor, no alcanzó amplia divulgación ni eco suficiente y su teoría no se implementó en una praxis consecuente por parte de las civilizaciones más avanzadas de su Galaxia del Palo de Hocket. No desesperó el filósofo y, ni corto ni perezoso, sin prisa pero sin pausa, dedicó dos lustros a una original meditación honda, de la que resultó, tras sudores y lágrimas, su segunda obra, que colgó en la Red a su costa: El Gran Dilema. Aquí probaba que cualquier civilización avanzada y próspera tiene dos caminos: o exterminarse a sí misma por exceso de tedio incurriendo en sevicias, pues el aburrimiento es madre de todos los vicios; o, por exceso de bienestar, al caer sus ciudadanos en la abulia y el pasotismo, ya que cuando se tiene todo no se hace nada por mejorar. Además, el exceso de belleza rompe familias, el de inteligencia trae soledad y el de riqueza conduce directamente a la locura. Por consiguiente -razonaba conclusivamente Nicéforo Argiroteo-, la prosperidad tiene también su radical inconveniente y umbral límite en orden a la otorgación de alegrías crecientes.

En ambos excesos, esplín o confort, el motivo de la decadencia es siempre el mismo: al no poder comprender ni dar sentido al absurdo de la existencia, los civiles se vuelven estériles o transforman su hábitat en un paraíso preñado de infiernos o, por decirlo metafóricamente, en camas y cloacas; y al cosmos circundante, en un gran almacén de cachivaches y chatarra. Y es que la Razón, en su codicia, no descansa hasta poder convertir los átomos en bombas y a los electrones, protones y otros corpúsculos o enerjúsculos, en narcóticos y cremas antiarrugas. Así la Razón lo avasalla todo.

El El Gran Dilema tampoco alcanzó éxito ni motivó un cambio de paradigma científico como nuestro ingenioso ontólogo pretendía. Después de haber defendido a la Razón productiva inventora de dioses, contra las injusticias de la Naturaleza; y a la misteriosa Naturaleza, contra la instrumentalización dominadora de la Razón que todo lo convierte en desierto y basura, la decepción no acabó con la inspiración del filósofo, el cual, tras tres lustros quemándose las pestañas y dándole al magín, redactó en la luz su Refutación del Universal. En esta obra de madurez, Nicéforo recogía todas las hipótesis posibles sobre el origen y destino del Cosmos, incluso los más extravagantes nihilismos: "El Cosmos no existe y tal"; incluso registraba el más pesimista de los creacionismos gnósticos, la conjetura de que el universo es fruto de la demencia de un Supercerebro trastornado por su eviterna soledad; o aquella otra, que sostiene que la materia al transformarse en sustancia nerviosa o circuito electrónico calcula bien, mucho y rapidísimo, pero piensa como un imbécil; o sea, la materia entonces sabe, pero no sabe qué hacer con el saber...

Nicéforo llamó "Gran Salto Fideísta" a su conclusión de que todas las disputas de los filósofos, estos y los otros, esos y aquellos, diestros y siniestros, son vanas, ya que cada sujeto ejecutivo y cada inteligencia natural o artificial puede y debe inventar su propia filosofía dando así sentido provisional a lo que hace y en armonía con su idiosincrasia. Con una condición, se debe siempre filosofar como si existieran ya esos dioses -o diosas- que la civilización superior debe crear (ha creado o creará) y como si esas deidades nos estuviesen viendo y pudiesen castigarnos o premiarnos. De este modo, al azar se unirá la necesidad y la armonía, ganada libre y espontáneamente, corregirá el desarreglo o, por lo menos, contendrá el caos del kosmos deficiens.

El maestro Nicéforo no salía de su asombro cuando se apercibió de las pocas descargas que se hacían de sus tratados y que muy pocos de los intelectuales de su época criticaban con benevolencia sus planteamientos. Hubo uno que le llamó "Bufón de los Tornasoles", ¡cosa injustísima! porque Nicéforo Argiroteo nunca se había ocupado del menudeo cotidiano de la  política y estaba muy lejos de ser un "estómago agradecido" adulador del jerarca de turno; otro dijo de él que escribía "cuentos de viejas". ¡Lamentable desprecio de Nicéforo, pero también misógino menosprecio de la sabiduría de la tercera edad!... Bueno, la verdad es que nuestro pensador sí salió de Asombro, y fue por la puerta de Rabia y Resentimiento. Ni premios, ni renombre, ni celebridad, ni subvención, ni beca, ni reconocimiento... ¡Sólo le quedaba la esperanza de que los que han de venir descubriesen la relevancia de sus ideas y su pertinencia transformadora! 

Su aparente fracaso, su inactualidad, no desanimó a nuestro genio. Ya sesentón completó su obra con una demostración irrefutable mediante procedimientos estadísticos y rigurosa lógica probabilística. En su Aristarquía o Gobierno de los cisnes y Demonarquía o Gobierno de las ranas (título matizado por su ya negro humor) probó matemáticamente la existencia en su galaxia de una civilización superior que necesariamente construiría un Nicetrón argiroteico productor de dioses justos. A su Aristarquía añadió un epítome en el que, a modo de corolario, aseveraba que el destino de los seres orgánicos inteligentes es siempre acabar sintetizando inteligencias superiores o, si son animales, maquinales transbiológicos que acaban, por nostalgia edípica, recreando madres biológicas, o biónicas, mediante procesos de desextinción y reedición genética. O sea y por decirlo claro: personas que crean inteligencias artificiales y máquinas inteligentes que recrean personas en vuelta eterna y circular. 

Aristarquía concluía con dos preguntas cruciales que Nicéforo planteaba como la esfinge su enigma, sin querer darles respuesta (en realidad, leyendo fino, parecía que Nicéforo las consideraba una sola pregunta): 

  • ¿Qué fue primero, la persona o la máquina?
  • ¿Qué fue primero, la Forma o la Materia?

Al final de sus días, resignado por no alcanzar gloria alguna, ni tan siquiera en los brazos exteriores de su Galaxia del Palo de Hockey, volvió a pensar en las generaciones venideras. Tal vez ellas descubrirían la excelencia y ultimidad verdadera de su ontología, su teología aposteriorística y su ética del como si. 

Murió pobre, virgen y desconocido, pero entregó su alma in olore virtutis. Había investigado, pensado y trabajado para quienes habían de venir. Ninguno de los cuales, de los que lleguen, han llegado o llegarán, podrá jamás estrecharle la mano ni invitarle a un picnic.