ARPESTOSA |
Luzmiro Matratás sabía cómo conducirse con éxito en su oficio, pero no sabía qué hacer en Burocrón para que se le hiciera justicia. Se estaba volviendo loco de indignación. La administración de aquel planeta remoto le tenía maltratado y muy cabreado.
Su trabajo consistía en saltar con su bien nutrido equipo de artefactos, robots y biotecnólogos, desde un planeta a otro, ofreciendo sus servicios de exterminador de especies muy dañinas. No le faltaba faena a su empresa, a lo largo de las espirales externas de la galaxia llamada Vía Láctea.
Cicatero Racañón, Presidente autoritario del planeta unificado Burocrón, le había solicitado con gran urgencia. Había reclamado con angustia los servicios de su empresa como si unas arenas movedizas estuviesen a punto de tragarse a él y a todos sus súbditos, prometiéndole a cambio el oro y el moro.
Luzmiro y su equipo de ciber-organismos altamente cualificados habían cumplido en un periquete, acabando con la abominable raza de Las Arpestosas, criaturas diseñadas y escapadas accidentalmente (por descuido y desidia) de un laboratorio de biotecnología de Burocrón. Las arpestosas eran bestezuelas volantes que se reproducían por partenogénesis telitóquica con más facilidad que lombrices y polillas, infestando cultivos, estropeando canales acuíferos, quemando redes eléctricas e incluso introduciéndose en los hogares para robar en alacenas y frigoríficos, pues no carecían del todo de astucia práctica.
Sin embargo, cuando Luzmiro reclamó la paga por sus gastos y competentes servicios, el Presidente Cicatero no quiso o no pudo saldar la factura, minuta tan formal que incluía un eco-impuesto interplanetario. El Presi se escaqueó y olvidó su compromiso, echando la culpa a la burocracia de su mundo: que había que confeccionar un protocolo especial para el caso, que tenía que contar con la aprobación del Senado, que había que reunir el Consejo Nacional, previa aprobación de mediciones, infografías 3D, etc., etc.
Luzmiro desesperaba en la espera. Iba de acá para allá pagándose el transporte y la comida. El Tesorero de la República Constitucional le acogió con buenas palabras pero le despidió diciéndole que no sabía cómo podría formalizar el pago, que no estaba previsto tal dispendio en el ordenamiento jurídico presente. Él tenía que ajustarse a lo mandado por el poder legislativo, él era sólo "un mandado", y las Cortes estaban de vacaciones. Hasta que los diputados no elaborasen nuevas leyes...
Luzmiro fue de Ministerio en Ministerio a sugerencia del Presidente autoritario, el cual, muy paradójicamente, parecía carecer por completo de autoridad... Desde el Ministerio de Defensa al Ministerio de Salud Pública, de caja en caja (y para pagos sólo las abrían del alba al desayuno)... ¡Siempre faltaba alguna instancia, un sello, algún archivo digital. Fue obligado a redactar una biografía personal y un historial completo de su empresa interplanetaria. Se vio obligado a conseguir la nacionalidad burocroniense, sin alcanzar por eso a que le pagaran.
Entonces, hastiado pero enérgico, fastidiado pero no vencido, recordó la antigua historia del Flautista de Hamelín. No pensó en secuestrar a los niños de Burocrón (Luzmiro era un buen tipo), aunque no eran muchos, pues resultaban caros.
Meditó, meditó..., quiero decir que pensó en vengarse e ingenió el modo. Como guardaba en su nave un registro genético de todos los bichos y monstruos que había exterminado en cientos de sistemas estelares, procedió a la desextinción de una arpestosa. Lo consiguió al cabo de tres semanas burocronienses, y pronto la arpestosa se multiplicó por cien, y las cien por mil... Las liberó a todas y partió con todo su equipo rumbo a casa, saltando el espacio-tiempo a través de un túnel de gusano.
No se había jubilado todavía, cuando Luzmiro supo que el planeta Burocrón había dejado de emitir información codificada e inteligible. Sin duda, las voraces arpestosas habían acabado con toda su vida inteligente, y de paso con toda su apestosa y estéril burocracia.