jueves, 22 de diciembre de 2022

EL TAMBOR DE ALMANZOR

ALMANZOR


Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí, mejor conocido como Almanzor el Victorioso (939-1002) nació en Turrush una alquería de la iberia andalusí, no se sabe bien si cerca de Algeciras o de Granada. De ascendencia árabe yemení, en Córdoba se formó como alfaquí.

Cuenta Juan Eslava Galán que el general, invicto todavía, envió a su amigo el juez Abu Marwan tres muchachas vírgenes "tan bellas como vacas silvestres". Acompañó su regalo con un poema en el que deseaba al amigo: "¡Que Alá te conceda potencia para cubrirlas!" 

Eran otros tiempos, otras costumbres. Alá proveyó, pues el venerable anciano, robusto aún para la lid venérea, las desfloró a las tres prendas en una sola noche. Al día siguiente escribió a Almanzor: "Hemos roto el sello y nos hemos teñido con la sangre que corría. Volví a ser joven...".

Eslava Galán se preguntaba si habría recurrido el provecto juez a algún afrodisíaco de los que se vendían en los bazares de Al-Ándalus, como aquella pomada que estimulaba la erección a base de euforbio, natrón, mostaza y almizcle, ligados en pasta de azucena. También valían los sesos de cuarenta pajaritos cazados en época de celo, secos, triturados y mezclados con esencia de jazmín. Los libertinos de entonces, como los de ahora, buscaban también trufas para sus devaneos eróticos, esa maravillosa seta subterránea; o cantaridina, extraída de la mal llamada "mosca española", que en realidad es un escarabajo. La cantaridina dilata los vasos sanguíneos, facilita la erección aún sin deseo, pero puede fastidiarte el corazón.

Por la misma época, Ahmed Iben Farach, poeta de Jaén, escribía: 

"Estaba dispuesta a entregarse, pero me abstuve de ella y no caí en la tentación que me brindaba Satanás. No soy yo como las bestias aquellas que devoran rosas y alhelíes, dalias y lirios, y arrasan los jardines como pasto". 

Se trataba del amor udrí, sin sexo, contemplativo "que se goza de una morbosa perpetuación del deseo", dice Eslava Galán. Los Banu Udra (de donde viene "udrí") exaltaban en oriente la castidad, tal vez "pervertidos" por el monacato cristiano.

Así, quien evita la acción, evita el fracaso -como decía Lao Tsé. Y se libra de la tristeza post-coitum. El amor caballeresco fue otra cosa, sublimaba el impulso animal, pero sin renunciar del todo a la carne y santificando la unión sexual con la donna angelicata (Dante) como símbolo de perfección divina y éxtasis místico.

Francisco Umbral no vivía como vaciamiento triste la saciedad amorosa, sino como un levitar en paz en el "hueco, el silencio y la lucidez del post-coito. Es un momento de suprema apertura, de honda disponibilidad, de clara luz, y sólo por eso valdría el amor, por haber llegado a este puerto de sombra donde nada me ancla, a este estado -la única beatitud posible- de no desear, de no estar, de no ser". Y concluye diciendo que mientras el amor a la mujer se le apaga lentamente, a él el amor le deja una gran oquedad, el pecho abierto y los ojos inmensos, y entonces... "el mundo todo acude a llenarme, a cruzar, sin romperlo ni mancharlo, el cristal en que me he simplificado" (Mortal y rosa, 1975).

Pura transparencia.