miércoles, 6 de diciembre de 2023

EL PACIFICADOR

 

Fotografía de Juan Vicente Gómez en sus últimos años

Juan Vicente Gómez (1857-1935), político y militar, dio un golpe de Estado en 1908, ejerciendo como dictador penipotenciario (quería decir plenipotenciario) de Venezuela hasta su muerte en 1935. Eliminó los caudillos criollos y puso fin a un siglo de guerras civiles. Canceló las deudas de la nación y modernizó el país con grandes obras públicas. Mantuvo la apariencia de un Congreso elegido por el pueblo, enmendó la Constitución como quiso y administró el país a su antojo. Le apodaron El Pacificador.

Quiso mantenerse neutral durante la Primera Guerra Mundial, pero un día los jerifaltes del Congreso decidieron entrar en la Gran Guerra, no sabemos el porqué, y acudieron a Maracay, que entonces era la capital de Venezuela, a anunciarle la decisión a Gómez.

- ¿Quién ha decidido que Venezuela entre en guerra? -preguntó el Dictador.

- El Congreso, su excelencia.

- Sí, pero ¿exactamente quién?

Entonces le dieron la lista de los diputados que habían votado a favor de entrar en la Gran Guerra.

- Díganle a esos señores que tienen mi permiso para que ellos vayan a la guerra.

***

O sea que se puede ser dictador progre y pacificador, todo al mismo tiempo.

- Es raro.

- Sí, pero hay gente pa'tó.

- El de ahora no es así.

- No. Ni pacifista como Juan Vicente Gómez.

martes, 24 de octubre de 2023

POLVOS DE CERTEZA



Cuenta Cunqueiro que en tiempos del Califa de Bagdad sus mejores pilotos persas navegaban hasta una isla secreta en la que hallaban peculiar fonda y botica maravillosa. El despacho estaba a cargo de una curandera de edad indeterminable y cabellos blancos, abundantes y rizados.

La dueña de aquel establecimiento conocía los idiomas de treinta y dos Vientos, tantos como puntos de su Rosa, pues cada viento habla un lenguaje diferente, muchos con las raíces milenarias de las lenguas humanas: indoeuropeo, germánico, ugrofinés, semítico, quechua, chinés, etc.; sin embargo, otros Aires más liberales inventan idiomas propios, nacidos de sus impulsos violentos, su curiosidad o su necesidad de cariño y contacto. Es el caso del viento norte-nordeste que parece batido por torcaces que vuelan asustadas y remotas; o del vendaval sur-sureste, que chilla con gritos de gavilanes hambrientos y buitres apesadumbrados y, lo peor, arrastra siempre arena, nunca agua.

La Leche de Sirena, usada por los jeques galanes para procurarse sueños lascivos o "de bulto" (con ilusiones táctiles) procedía de esa botica cuya ubicación sólo conocían unos pocos. 

También se cuenta que la anciana proporcionó "polvo de certeza" a cambio de tímpanos jóvenes o córneas sanas, y que de aquellos polvos vinieron estos lodos porque usaron dichos polvos para dictar bulas algunos papas y - lo cual es muy inquietante -, hasta líderes carismáticos, caudillos y antipapas.

miércoles, 11 de octubre de 2023

HAZ QUE LA MISMA HORA NOS LLEVE

 

Rembrandt. Jupiter y Mercurio en la casa de Philemon y Baucis.

Filemón y Baucis eran un matrimonio mayor y bien avenido. Se habían unido en los años de su juventud y figuran como un buen ejemplo pagano de fidelidad y hospitalidad. Pues sucedió que dos dioses, Zeus y Hermes, transformados en mendigos (a saber por qué, tal vez por aburrimiento) se presentaron en la ciudad de Frigia en mitad de una terrible tormenta. Pidieron cobijo y sólo Baucis y Filemón les acogieron en su humilde cabaña sirviéndoles comida y vino.

Los forasteros bebían, pero los cónyuges veían que sus copas no se vaciaban. Sorprendidos, les ofrecieron como complemento gastronómico un ganso, el único animal del que la pareja disponía. Pero el ave corrió a las rodillas de Zeus que amablemente rechazó su sacrificio.

Tras la frugal cena, Zeus, agradecido, les advirtió que destruiría la ciudad y les animó a echarse al monte. Desde las alturas, Filemón y Baucis contemplaron la inundación que destruyó Frigia. El dios salvó su cabaña que más tarde se convirtió en templo.

Al final del maravilloso (y vengativo) suceso, Zeus les preguntó cuál era su mayor deseo, dispuesto a convertirlo en seguida en realidad. El rey de los dioses antiguos (esto sucedió antes del Ché y de Maradona) escuchó esta respuesta: "Auferat hora duos eadem", es decir: "Haz que la misma hora nos lleve", pues todavía se amaban con un tierno amor.

***

Rembrandt pintó el encuentro de los dioses con la pareja. Charles Gounod compuso una ópera con libreto de Jules Barbier y Michel Carré, que se basaron en el relato de La Fontaine, que a su vez se inspiró en el libro VIII de Las Metamorfosis de Ovidio. Por último, Vintila Horia recogió la historia en su novela histórica Dios ha nacido en el exilio, libro homenaje a Ovidio, que compartió la suerte del autor (rumano exiliado) cuando fue deportado por Augusto a la remota ciudad de Tomis, en la cosa rumana del Mar Negro.

viernes, 11 de agosto de 2023

PODERES Y SOLEDADES

 



El sexto barón de FuenMarina fue un tipo muy singular: ilustrado, viajero, galanteador y donjuan, criador de carpas, moderadamente libertino y filósofo de la vida. Su realismo hedonista se deslizaba fácilmente hacia el pesimismo y la misantropía: "Deploro mi pereza -decía- pero me consuela el pensamiento de que mis semejantes son demasiado estúpidos para que yo desperdicie el tiempo en instruirles o entretenerles". Así pues, con dotes para el arte y la enseñanza, no legó nada en prenda, las rentas de las propiedades familiares y el tráfico de carpas le permitieron no tener que inventar ni pringarse para ganarse la vida.

Pero eso sí, dejó un diario formidable en el que sentenció que la sensibilidad en general y la sensualidad en especial van íntimamente unidas a la pena, la aflicción, la soledad y, en general, a los estados melancólicos. 

Para probarlo citaba el caso de la contristada viuda que, francamente desolada por la pérdida y por sus sentimientos hacia el esposo recién finado, se ve traicionada por esas mismas emociones, y se muestra incapaz de resistir los inoportunos avances del amigo en el funeral, pues el condolesciente conoce perfectamente el arte de pasar de amigo a consolador, quiero decir, del pésame a la familiaridad.

Sin vergüenza alguna, pues se trataba de un diario íntimo, privado, el sexto barón de FuenMarina revelaba en su entradilla de 12 de agosto de 1780 que había hecho cornudos póstumamente a un duque y dos vizcondes, a uno de ellos la pasada noche y en el mismo lecho desde el cual, sólo unas horas antes, habían sido pomposamente trasladados los restos mortales del vizconde al sepulcro familiar de estilo neogótico. 

¡Tal es la capacidad regeneradora de la vida! Y el que va a un funeral y no bebe vino, el suyo le viene de camino.

Poco después anotaba el barón una curiosa reflexión sobre la muerte, que bien podía servir de contrapunto a la pasada y procaz noticia. Decía en ella que el morir casi es el menos espiritual de los actos de nuestra vida; incluso es más estrictamente carnal que el acto amoroso. Hay agonías -decía- que tienen mucha semejanza con los esfuerzos que hace el estreñido para evacuar.

Ya tenía cincuenta años el sexto barón de FuenMarina cuando en 1788 filosofa sobre la soledad. "De la soledad uterina surgimos a la soledad entre nuestros semejantes, para luego volver a la soledad de la tumba". Si bien pasamos la vida esforzándonos por mitigar tamaña soledad, por desgracia proximidad ("propincuidad" escribe) no significa fusión y la ciudad más populosa es una aglomeración de soledades. Por eso saltan las palabras de prisión a prisión sin que nunca estemos seguros de que signifiquen para los demás lo que significan para nos.

El más íntimo de los contactos -insiste el barón- sólo lo es de superficie, epidérmico. "El placer no se comparte; lo mismo que el dolor, sólo se experimenta o se inflige", y la verdad es que nuestras bondades tienen el mismo motivo que nuestras crueldades: el de aumentar la sensación de nuestro poder. Mas resulta que la soledad de un hombre es proporcional a la sensación y a la realidad de su poder: cuanto mayor es nuestro poder, tanto más solitarios nos sentimos. 

En las últimas entradas de su diario el barón de FuenMarina confiesa que quiso poner a su vejez el remedio del rey David. Pronto se desilusionó diciéndose que el calor no puede compartirse, sólo evocarse. Donde no queda carbón, ¡ni la yesca hace llama!

***

Fue el erudito Jeremías Fonseca (@Kandidocordial) quien desempolvó el diario del barón en una biblioteca de anticuario. Comentó con su amigo Modesto Modales las ideas del casanova ilustrado: 

– Los mandones se quedan solos.
– Dios es grande y justo. 
– Y más solos cuanto más mandonean. 
– Dios castiga sin dar voces.

Mr. Snorkel no estaba muy seguro de esto y así se lo hizo saber a @Kandidocordial en un trino. 

Tampoco yo estoy seguro -respondió Jeremías en otro trino-. ¿Quién puede? Es un desiderátum; como el karma. Muchas veces los dioses encumbran a los soberbios y les regalan adeptos y prosélitos. Cosa que a Nietzsche le ponía en trance épico, aunque él en vida no tuvo muchos subidones ni ocasiones de venirse arriba, y Lou von Salomé le dio calabazas. Con motivo.

Además -añadió Modesto- no está claro que los prosélitos den verdadera compañía. ¡Propincuidad no es fusión!, ya lo dijo el barón de FuenMarina.

domingo, 14 de mayo de 2023

EL ACORDEÓN

 


"¡Oh modestos acordeones! ¡Simpáticos acordeones! Vosotros no contáis grandes mentiras poéticas como la fastuosa guitarra; vosotros no inventáis leyendas pastoriles como la zampoña o la gaita; vosotros no llenáis de humo la cabeza de los hombres como las estridentes cornetas o los bélicos tambores". Pío Baroja.

 

JANA, KONÍN Y FABIO (Cuento del abuelito)

Jana era una anciana pianista viuda. Todos los días se sentaba en su taburete y tocaba las piezas más hermosas que conocía, luego abrazaba un viejo acordeón que hacía sonar con arte en bodas y ferias su marido difunto, para interpretar con él apasionados tangos conque recordaba el afecto que los esposos se habían tenido, partituras sentimentales de una tristeza solemne. 

El acordeón se llamaba konín. Su nombre estaba escrito con letras doradas por encima de su teclado. No era muy grande, pero pesaba lo suyo, y Jana, que era ya una mujer mayor, no podía abrazarlo sosteniéndolo en el aire durante mucho tiempo.




Konín revivía contento cuando aquellos ágiles dedos acariciaban sus teclas y presionaban sus botones y cuando los brazos de la señora impulsaban su fuelle, que rozaba la blandura cálida de sus senos, al hacer cantar el viento en sus cajas armónicas de madera. ¡La música era el gran amor de su vida!

Un día no se oyó nada en el apartamento de Jana, ni la pianista acudió a su cita con konín, aquel viejo acordeón que había sido el instrumento preferido por su marido. Al día siguiente tampoco, como si un calderón ahondara un silencio hondo. Al tercer día, la vivienda se llenó de rostros tristes y ropas negras. Konín comprendió que su vieja amiga no tornaría a despertarlo, que Jana ya no volvería a agitar el aire en las entretelas de sus pulmones ni por los canales de sus entrañas generando emocionantes melodías.

Aquella larga noche Konín se mantuvo en vela y repitió para sí, en sordina, las piezas más melancólicas que conocía. Luego permaneció mudo, hasta que unos mozos de mudanzas lo metieron en su caja negra y lo depositaron en una tienda de instrumentos de segunda mano. Se sentía inútil y echaba de menos los abrazos de su señora hasta que cayó en los infiernos de una inconsciencia sin sueños. 

El dueño de la tienda le sacó con cuidado de la caja y le expuso junto a otros instrumentos de cuerda y de viento: un saxofón, una guitarra, un contrabajo, una trompeta... Deseaba que algún visitante al pasar rozase con sus dedos su teclado e impulsase su fuelle para ver cómo sonaba. 

¡Un día sucedió! Entró en la tienda una pareja con un niño saludable y fuerte, y este, atraído por el color rojo brillante de la carcasa de Konín, acarició levemente su parrilla de sonido y Konín soltó un dulce gemido, aun sin que lo abrazasen ni expandieran o contrajeran su fuelle, mientras algunas de sus lengüetas temblaban por dentro y sus registros se activaban.

Ayudado por el vendedor, el niño se ciñó las correas y probó a tocar una cancioncilla en su teclado equivocando varias notas, vacilante e inseguro. 

¡Qué vergüenza!". Él, cuyas lengüetas habían entonado al compás tangos, pericones, polkas, valses franceses y hasta piezas de Bach y el Ave María de Schubert..., con perfección virtuosa e indiscutible maestría, ¡flores de Maravilla!, ahora balbuceaba y tartamudeaba una melodía repetitiva, vulgar y ridícula... El regulador de la correa se distendió, varias plaquetas de aluminio de desencolaron, saltaron un par de remaches de sus badanas de piel, el fuelle soltó por su canal de alivio algo parecido a un eructo, luego un pedo, y más tarde unos sobrealientos de asmático... El vendedor no se achicó:

- ¡No se preocupen! Hay que ponerlo a punto. Pero tranquilos, llamo a nuestro luthier y en unos días lo abre, lo limpia, lo ajusta y lo deja nuevo. Estos viejos instrumentos italianos son eternos. Se fabricaron para que durasen. Y, si les gusta, se lo dejaré barato, ¡muy barato! -dijo el vendedor guiñando un ojo a la madre del niño, que se llamaba Fabio y se había encaprichado del acordeón rojo.

Así fue. Los padres volvieron a la tienda, comprobaron su rejuvenecido estado y compraron a konín. Al día siguiente los transportistas vinieron a buscarlo. A su lado y antes de que lo metieran en su caja, un venerable contrabajo, que había notado la ansiedad del acordeón-piano, se mostró sensible a su desconcierto y le susurró gravemente:

- Sabes..., compañero, Jana, tú anciana señora, y su difunto marido también fueron niños y sin duda comenzaron tecleando cancioncillas ligeras, vacilantes, con dudas y errores. Para aprender hace falta esfuerzo, ilusión y tiempo.

Encerrado en su cajón, Konín reflexionó sobre esas palabras de su colega el contrabajo y se arrepintió de haberse sentido tan superior e indiferente al abrazo del chiquillo. Cuando le dejaron en su nuevo hogar hizo lo imposible porque aquellas sencillas melodías que Fabio ensayaba sonaran bien y alegraran o consolasen el alma, como las piezas de los grandes maestros. 


viernes, 5 de mayo de 2023

TRANSDIVERSIDAD

 


El profesor Quintana nos pone sobre aviso al comentar la noticia de la señora angloparlante "tanscapacitada". Parece ser que esta persona "se autodeterminó" ciega (con perdón), quiero decir invidente o, mejor, diversa funcional sinóptica o sinoftálmica. Por aclararlo: la morena de la ilustración prefería que no le funcionaran los ojos ni la vista. 

Tal vez pensase que "¡para lo que hay que ver...!"; o tal vez le fastidiaba ver lo que veía; o tal vez estaba hasta el moño de espejos, pues todos los monitores lo son y el mundo está rebosante de monitores y la figura que nos devuelven no siempre nos satisface.

Algunos normópatas pensarán que la señora está chiflada. Puede. Y que tal vez tendría que haberla tratado un siquiatra para prevenir su automutilación. El normópata es por definición intolerante.

¡Como si su cuerpo no fuera su cuerpo y ni siquiera le permitieran ya mutilarse a uno! Las locuras, como explicó el "torcido" de Foucault, tienen su genealogía y su historia social... Y los pirados y chifladas de unas épocas son conductoras y caudillos de otras. En la modernidad, la mayoría de los profetas de la Antigüedad hubieran acabado en manicomios y recibiendo descargas eléctricas en sus complicados cerebros a causa de sus lúcidas advertencias y jeremiadas.

A fin de cuentos, todos tenemos manías. Los griegos llamaban "manía" a la locura, pero también a diversas formas divinas de entusiasmo..., todos tenemos rarezas, porque llegar a ser persona cuesta un huevo, por lo menos uno, porque no siempre está uno a gusto con lo que ve de sí u observa en otros que también le miran a uno, o malmiran. El Padre Orígenes (Ὠριγένης, h. 185-254), gran erudito y asceta cristiano, se emasculó (vamos, que se los cortó) para que los padres de sus catecúmenos no sospecharan de él la menor debilidad pederástica. Un santo.

A mí que cada cual "se autodetermine" como le salga de las gónadas, o que se las suprima o intoxique, que se castre o se mutile, se ponga o se quite tetas, una arandela en el hocico o un chip en la oreja, según su vocación, me da igual. ¡Uno es tolerante!, eso mientras el trans no haga daño a nadie ni tenga la Hacienda Pública que cargar con el capricho de sus ocurrencias castrantes, es decir mientras no tenga que pagar el contribuyente la intervención quirúrgica y los cuidados y mantenimiento posteriores del autolesionado. ¡Que cada cual "se autodetermine" como quiera o pueda! O sea, que cada quisque se dé un disgusto por gusto o un gusto para su disgusto, me importa un pimiento. Vive y deja vivir, o morir.

Esta mojiganga se vuelve patética cuando se compadece de estas insanas "diversidades" auto-infligidas, que nada tienen que ver con las pamplinas, flores humildes, nada narcisistas. Y digo yo, que más que una "trans-capacitada", tendríamos que referir a la señora de marras como "trans-discapacitada" si consideramos el resultado y, por decirlo así, el ideal u objetivo de su acción: la ceguera, en lugar de la situación inicial: la videncia. 

Auto-determinaciones dis-capacitadoras son estas, obviamente, destructivas, más que constructivas. Como preferir ser inútil y cobrar una paguilla, a ser útil y tener que "pringarse" o trabajar, casos que también se dan, como el que se invalida para no ir a la guerra. Eso último lo entiendo. Si sólo lo finge, que no puede disparar, mejor para él y para el posible disparado.

No faltan trágicos y hasta venerables antecedentes para estos que se castigan a sí mismos buscando la felicidad o el alivio del dolor en la insuficiencia. Edipo se sacó los ojos -ciego voluntario- cuando supo que había matado a su padre -involuntariamente- y había copulado con su madre Yokasta, sin saber que era su madre. Por cierto, que de casta le venía a Antígona su condición trágica y suicida, pues si su padre sólo se sacó los ojos, su madre se ahorcó.

Todos pagaron por "pecar", por haber obrado contra ley, por haber pecado mucho según los patrones del pecar e infringir la ley de aquella época, en la que contaban más los hechos objetivos que las intenciones subjetivas; más los resultados, que los propósitos con que se obraba. 

También se cuenta que Apolo cegaba a los poetas para devolverles "la mirada interior". Nuestra libérrima voluntad sacrifica a veces sus poderes a capricho, o tal vez para ganar así otros. Y esta capacidad de ver y mirar no es "moco de pavo", aunque las hay mayores. Recuerdo que un personaje de la Rayuela de Cortázar decidió ahogar su talento en alcohol, seguramente porque conocer le hacía daño. Y es que hay conciencias muy pesadas. Pero las penas saben nadar. Y aunque uno no las vea fuera, las penas se las apañan para dejarse ver por dentro. Y de nada sirven las gafas obscuras para evitar que otros se den cuenta de que uno carga su tristeza con mochila íntima.

Y todos preferimos remirar almas alegres, antes que ver caras sin espejos, rostros tristes. Ver, decía Teilhard, toda la evolución natural es una pugna por ver más y mejor... A fin de cuentas los ojos están hechos con la misma materia que los cerebros, por eso son el espejo de las almas. Sí, también monitores.

jueves, 4 de mayo de 2023

QUIÉN SACUDE EL TARRO




Según Devesh Lalluwadia, (દેવેશ લલ્લુવાડિયા, en guyaratí, lengua del oeste de la India hablada por casi cincuenta millones de personas), ingeniero de telecomunicaciones, hay algo que todas las gentes deberíamos saber...

Si meto en un tarro un grupo de hormigas rojas y otro grupo de hormigas negras, no pasa nada, pero si lo sacudo un par de veces, comenzarán a luchar, a herirse y a matarse entre sí. 

Las rojas tendrán por enemigas a las negras y las negras a las rojas, sin preguntarse quién ha sacudido el tarro. Dan por hecho que ellas no, luego tienen que haber sido las otras. No lo saben por razonamiento; les engaña el instinto.

El verdadero "enemigo" es, evidentemente, la persona o personas que han sacudido en tarro. Las que hacen el experimento, las que sacan a las hormigas de su medio natural y las encabronan.

Según Devesh Lalluvadia, esto es lo que ocurre en nuestras sociedades. Así que antes de irritarte contra el hermano, antes de pelearnos entre nosotros, preguntémonos quién ha sacudido en tarro.

No me atrevería a descargar toda la responsabilidad formicida u homicida sobre el líder manipulador de masas y el arengador o activista fanático. Puede decirse que a veces los pueblos tienen los imprudentes caudillos que se merecen. Sin embargo, casi siempre, los más inocentes y los sensatos pagan hasta con su vida la locura de unos pocos.

Fuente: fr.quora.com