jueves, 7 de julio de 2022

BARRILÓN

 


La vida de BARRILÓN se parece a la de una tinaja agujereada. Animal insaciable. Por tragar se traga hasta los anuncios de la tele que ofenden al intelecto. Pretende vanamente satisfacer todos sus deseos, pero como se debilitan o extinguen consumiendo -y BARRILÓN es consumidor ejemplar, compulsivo- atiende los mensajes publicitarios para hacer florecer en su enorme tripa nuevos deseos.

Como santo Tomás, sólo cree real lo que toca, huele y saborea. Adora la comida basura, que le halaga el paldar, y llena su alacena con chucherías. No cree en el alma, sólo en la carne (vuelta y vuelta). Intuye que el cuerpo no tiene salvación y ese sentimiento le angustia. Tal vez por eso lo castigue haciéndole absorber más de lo necesario.

Aunque puede comprar muchos placeres, no es dichoso. Su vida -como la describió el poeta suicida Carlo Michelstaedter- es tremenda, luctuosa, incapaz de alcanzar la satisfacción de sí (que los epicúreos llamaban ataraxia), impelida a "un continuo y gran fluir", impotente para rememorarse, se parece a aquel pájaro que caga mientras come, como quien tiene sarna y se conforma con rascarse.

Se podría decir que Barrilón sobrevive cobardemente aferrado a la vida, como un estómago preocupado por el futuro, tiranizado por estímulos inalcanzables, como alma perseguida por el diablo del progreso, progreso de chucherías y cachivaches. Su individualidad ha sido desfondada por la retórica propagandística y publicitaria, y reducida a mecanismo.