sábado, 16 de julio de 2022

PIGOMAGRA





No todos los veganos olvidaron sus escrúpulos cuando Julieta Vaxina diseñó a PIGOMAGRA, la primera cerda que hablaba y cuya vocación exclusiva, genéticamente programada, le urgía a engordar y luego a desear sacrificarse con gozo hasta lograr ser consumida por un humano, al que prefería conocer personal y amistosamente.

Sí, hubo animalistas que reaccionaron airadamente; los hubo que pensaron que PIGOMAGRA y sus clones, todas hembras de tiernas carnes, eran un engendro diabólico de la bio-ingeniera Vaxina, pero pocos ciudadanos con posibles se resistían a disfrutar íntegramente de los encantos de una PIGOMAGRA.

El día señalado para su matanza se levantó ilusionada -según le contó, en el confortable y humanizado matadero, a Práxedes-, quien, después de cuarenta años de vegetarianismo y de echar de menos el sabor del jamón, aceptaba, previo pago, participar en un banquete de chorizos criollos, chuletas a la brasa, morcilla con piñones y panceta crujiente. 

Tampoco faltarían pechugas de pavo confitadas, procedentes de aves descerebradas, que engordaban en un mes como vegetales; matarlas no es más cruel que cortar una alcachofa.
Después de la amable conversación que tuvo con PIGOMAGRA, Práxedes llegó a la justificada conclusión de que sería cruel no comérsela, algo así como un desprecio sentimental.

Tras el primer bocado sintió un amago de náusea, pero se sobrepuso y agarró con mayor fuerza el cuchillo y el tenedor para, dándoles buen uso, asimilar con placer a su amiga.

Nota bene: La idea de esta entrada me la dio Julian Baggini con uno de los artículos de su libro El cerdo que quería ser jamón. Y otros noventa y nueve juegos para filósofos de salón. Ático de los libros 2022.