jueves, 21 de julio de 2022

DURIEL

"Duriel". Tinta y lápices, julio 2022.


¡Un tipo malote! El nombre ya es santo y seña de obscuras intenciones. Se lo puso él mismo, copia del verdadero de un diablo menor: Duriel, Señor del Dolor y hermano gemelo de Andariel, Doncella de la Angustia.

Por suerte, el falso DURIEL a sus limitaciones une la pereza, lo cual le impide delinquir, pues ladrones y asesinos son gente diligente, aunque lo piensa y fantasea con baños de sangre y con sexo forzado, pues discurre muy mal, en negro, verde y rojo. 

Cree y sostiene que este mundo es precisamente aquel en que Yavé hubo dejado caer a Lucifer por su rebeldía y en el que la Serpiente ha vencido definitivamente. Su intención -y la de Duriel- es convertir aquel edén natural en un Infierno Tecno, para lo cual Lucifer y sus secuaces se sirven de los humanos como inconscientes y embobados auxiliares.

¡Sin duda, una teoría siniestra! Pero a DURIEL no le faltan motivos para sostenerla y no enmendarla, pues había nacido contrahecho con cuatro dedos en cada extremidad a los que crecían uñas como garras que, por desidia, ni se corta. También le creció un rabo ridículo, casi porcino, sobre la vértebra sacra, que, por puro abandono, no se ha hecho extirpar. Además es feo, gordo y pelo pincho.

Dada su pésima condición, hubiera querido colaborar activamente con el patrón de este mundo, o sea con Lucifer, pero su acidia contumaz se lo impide. Cobra un subsidio por incapacidad demostrada, que le permite subsistir como camastrón comodón. Piensa que para contribuir a convertir este planeta en un infierno le basta con abastecer su burbuja de confort de plásticos y aparatejos, su nevera de comida procesada, y con quemar gasolina en su automóvil, una ranchera de segunda mano. 

Por eso los findes contamina sin ton ni son conduciendo a la costa su ranchera, para trasegar cinco litros de cerveza en el chiringuito de una playa nudista. Para no marearse demasiado, acompaña los tragos con unos chipirones, a ser posible inmaduros y semicrudos, que adora engullir con la birra helada mientras mira las carnes de los bañistas con indiferencia, sin excitarse más que un poquito, y para nada.