domingo, 3 de julio de 2022

LIBELA

 


Volaba en un mar de dudas. Allí en el estanque la perseguían dos libélulos osados, dos machos intrépidos, arriba y abajo, abajo y arriba. ¡Mareada estaba de verles hacer y doblar ella misma tantísimas piruetas!

Por eso les dio esquinazo, se alejó de la charca y se colgó de la hoja de un jazmín. Meditaba con cuál de los dos farrucos formaría tándem. Sabía por instinto que la postura resultaría complicada. Uno u otro la agarrarían del cuello, por detrás de los ojos, con las pinzas del ápice de su abdomen, mientras ella le buscaría la semilla fecunda.

Si el macho no se mostraba hábil en la sutil maniobra de acople, podía causarle con sus tenazas de tres dedos daños considerables. Una vez agarrada por el cuello, ¿sabría ella balancear el abdomen hacia delante y colocar el extremo del mismo en la base del abdomen del macho, allí donde luce sus genitales, en posición de cópula? ¿Podrían dibujar un corazón en el aire?

Si la cosa salía bien, él la ayudaría después sosteniéndola en el aire mientras repartía sus huevos por la charca. Así evitaría que otros machos la acordaran. ¡Ay! -se decía LIBELA, mientras descansaba colgada de la hoja del jazmín-, ¡esto de reproducirse es cosa hermosa y gustosa, pero también dolorosa y complicada! ¡Qué fatiga!